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Geopolítica pestilente

Mientras esperamos que los jugadores decidan cómo van a mover ficha, la población de Donetsk corre el riesgo de quedarse sin agua potable

Natalia, vecina de Avdiivka en la región de Donetsk, se protege en el interior de su vivienda junto a sus mascotas, el pasado miércoles.
Natalia, vecina de Avdiivka en la región de Donetsk, se protege en el interior de su vivienda junto a sus mascotas, el pasado miércoles.STAS KOZLYUK (EFE)
Jordi Amat

Redoblaban tambores de guerra cuando hace mes y medio ya era repugnante beber el agua que salía del grifo. A algunos, al acercarse el vaso a la nariz, les parecía que iban a tragar acetona, a otros fenol, pero más bien hubo consenso sobre que el líquido desprendía un genérico y desagradable olor a farmacia. En la calle los ciudadanos comentaban que aquella pestilencia debía estar relacionada con las tensiones endémicas, sobre todo ahora que iban a desarrollarse conversaciones entre los presidentes Volodímir Zelenski, Vladímir Putin y Joe Biden. La población se quejó, como es natural, y las autoridades sanitarias del Gobierno sin reconocimiento internacional, a pesar de que al analizarla no descubrieron niveles de contaminación preocupantes, aconsejaron que mejor usar agua purificada para cocinar.

Los problemas con el suministro de agua, que desde siempre depende de la empresa Voda Donbasu, empezaron en 2014 con el inicio de una guerra de la que apenas hemos sabido nada. A pesar de los 14.000 muertos. A pesar de los 30.000 heridos. A pesar del casi millón y medio de desplazados. Nada. Pero en nuestro salón ahora estamos expectantes a los movimientos del tablero de ajedrez de la geopolítica mientras los peones siguen machacados en su tierra, arrastrando el miedo y la miseria y con el agua del grifo que apesta.

En junio Lily Hyde explicó en Político que las instalaciones de distribución del agua en la zona son viejas, construidas en época soviética. Fue entre 1954 y 1958 cuando se abrió el canal de 132 kilómetros que lleva el agua desde el río Siverskyi-Donets hasta la ciudad Donetsk. Abastecía a 3,7 millones de consumidores, a las industrias de la zona. Aunque el uso ha sido excesivo, funcionaba. Pero el servicio empezó a deteriorarse cuando estalló el conflicto. Para empezar, dos trabajadores de la empresa murieron como consecuencia de los bombardeos que dañaron las infraestructuras. Luego los ingenieros de la compañía necesitaron seis semanas para reparar los daños. Desde entonces los problemas de distribución han sido muy frecuentes. Instalaciones en Ucrania, en la autoproclamada República Popular de Donestk y en la zona de contención entre ambos territorios. Más bombardeos, más muertes de técnicos de la compañía, mayor riesgo para millones de personas de quedarse sin agua potable.

“A los ojos del mundo, las consecuencias humanitarias del conflicto ucranio son en gran medida invisibles, a pesar del hecho de que muchas personas han perdido la vida o a uno de sus seres más queridos, han sido testigos de la violencia o han perdido todas sus posesiones”. Así empezaba el primer resumen de situación sobre Ucrania que en 2015 dio a conocer la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios. Desde entonces este organismo ha informado de la situación y ha elaborado diversos planes de respuesta. El principal foco de preocupación siempre han sido las personas que viven en los centenares de kilómetros que forman la zona de contención entre los dos territorios. Durante años nada era tan simbólicamente angustiante como el puente de madera de Stanytsia Luhanska. Estaba en condiciones pésimas, pero miles de personas debían cruzarlo para saltar de una zona a otra y así poder acudir al médico o a cobrar la pensión de una población significativamente envejecida (el 65% son ancianos). En 2020 el puente y los otros pasos estuvieron meses cerrados para evitar contagios. Aunque se han abierto de nuevo, hay menos tránsito y sigue siendo zona de riesgo: es un territorio contaminado por minas terrestres y restos de explosivos.

A mediados de mes Cooperación Española decidió financiar a Cáritas Ucrania, con un monto de 150.000 euros, para que pueda seguir trabajando en esa zona crítica. Al menos durante tres meses llevarán agua a 1.100 personas en camiones y al 18%, que tienen problemas de discapacidad, les llevarán agua a sus hogares. Ya han construido cinco estaciones de bombeo de agua que abastecen a 14.000 personas. Se trabaja en la reconstrucción de tuberías para que 70.000 dispongan de agua corriente. Y seguimos esperando que los jugadores decidan cómo van a mover las fichas.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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