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Londres: las fiestas de entonces y las de ahora

Las élites del Reino Unido poco tienen que ver con las que a mediados del siglo XX conservaban los resortes del poder

Boris Johnson Reino Unido
Boris Johnson corría con su perro Dylin, el lunes en el parque de St. James, en Londres.HANNAH MCKAY (REUTERS)
José Andrés Rojo

A Boris Johnson las cosas se le están complicando mucho porque a los propios diputados tories no les ha gustado nada que en Downing Street se celebraran con el máximo desparpajo un montón de fiestas justo en el momento en que el resto de la población estaba obligada a múltiples restricciones para contener los embates de la pandemia. Alguno ha llegado incluso a decirle que se vaya. El primer ministro del Reino Unido lleva ya tiempo haciéndolo rematadamente mal en distintos frentes, pero lo que ha provocado la ira de la población es que unos cuantos privilegiados de su entorno anduvieran de copas cuando al resto de los británicos se los había forzado a confinarse. Al final va a resultar que sean unas cuantas parties las que terminen precipitándolo en la ruina. Esta tradición de reunirse incluso en las peores circunstancias viene en Londres de lejos, hasta el punto de que Elias Canetti reunió sus recuerdos de los primeros años que pasó en Inglaterra, en tiempos de la II Guerra Mundial, con el título Fiesta bajo las bombas.

En algún momento cuenta que asistió “a una party durante el Blitz”. Los que estaban allí interrumpieron la conversación, levantaron la cabeza y observaron los combates entre los aviadores británicos y alemanes. Luego volvieron a lo suyo. A Canetti no le gustaban esas reuniones. Le resultaban frías, aburridas, faltas de cordialidad. Y se sentía, sobre todo, que lo trataban como a un don nadie. Lo invitaron casi siempre personas que formaban parte de la élite, un grupo de elegidos que se sentían más allá del bien y del mal, y que miraban el mundo desde una atalaya distante, pronunciándose con suficiencia sobre lo divino y lo humano.

Lo que pretendía Canetti cuando escribió sobre aquellos años, y sobre aquella gente, fue “conservar vivos unos cuantos caracteres” que dieran en conjunto una imagen de cómo era Inglaterra a mediados del siglo XX. No le gustaban las fiestas, pero iba a ellas con el afán de aprender de qué materia estaban hechas esas personas “que desde hace mucho, quizá desde hace ya dos siglos, ejercen el poder, un poder que durante mucho tiempo fue mundial”. En Fiesta bajo las bombas, Canetti da una deslumbrante lección de la finura y penetración con que pueden abordarse el carácter y la historia y las contradicciones y debilidades de unos cuantos hombres y mujeres extremadamente sofisticados, brillantes, caprichosos, muchos de los cuales marcaron una época. Es duro, finísimo, puede ser a veces piadoso, pero también cruel y desalmado. T. S. Eliot, Bertrand Russell o Iris Murdoch aparecen en esas páginas, pero también figuran viejos aristócratas, políticos conservadores de la peor ralea, un físico que formaba parte del partido comunista, un excéntrico que se dedicaba a la ornitología, un experto en chino y japonés, un genio de las matemáticas que fue fichado durante los primeros preparativos para el desembarco en Normandía.

Lo que Canetti permite ver en sus textos es la enorme distancia que existe entre aquellos exquisitos personajes de su tiempo y un populista como Boris Johnson. La marca de la decadencia. Todavía los de hoy quieren operar como entonces, con el enorme desdén con el que los privilegiados tratan al resto de los mortales, pero tienen un problema: carecen de toda consistencia y lustre.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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