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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Por qué nos gusta tanto Wordle

Este juego de palabras solo nos pide unos minutos de nuestro tiempo

Un acierto a la cuarta en Wordle.
Un acierto a la cuarta en Wordle.
Jaime Rubio Hancock

Desde hace unos días es difícil entrar en Twitter y no ver a gente compartiendo unos cuadros grises, amarillos y verdes. Son los resultados de un juego de palabras llamado Wordle. Aunque el original está en inglés, ya hay versiones en otros idiomas, incluidos español, catalán y gallego, y es una de esas cosas bonitas que le devuelven a uno la fe en internet y en la humanidad, dicho sea con ánimo de exagerar, pero no mucho.

La mecánica es sencilla: hay que adivinar una palabra de cinco letras en seis intentos. Con cada prueba, el juego nos dice qué letras hemos acertado. Si está en verde, está donde toca, y si está en amarillo, la letra está en la palabra, pero falla la posición. A unos cuantos tuiteros les ha recordado a Lingo, el concurso que presentaba Ramoncín en La 2 y que, igual que Wordle, era una versión del juego de mesa Mastermind, pero con letras y no con colores. (Si ustedes han pillado estas dos referencias, la tercera dosis de la vacuna ha caído o, como en mi caso, está al caer).

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En The New York Times explican la historia del juego: el ingeniero de Brooklyn Josh Wardle (sí, el nombre es una referencia a su apellido), lo diseñó para su pareja, que disfruta con pasatiempos como los crucigramas y el Spelling Bee de ese mismo diario (que, dicho sea de paso, tiene una versión en catalán también popularísima, Paraulògic). Se acabó convirtiendo en el tema de conversación del grupo de WhatsApp familiar y decidieron publicarlo para que jugara quien quisiera. A principios de enero, 300.000 personas intentaban adivinar la palabra cada día.

Según The Guardian, la posibilidad de compartir el resultado, solo con cuadritos y sin destripar la solución, aceleró su popularidad. Normal, claro: mucha más gente se enteró de su existencia mucho más rápido, que a eso sí que ayudan las redes sociales. A menudo lo vemos con cosas horribles cuya existencia preferiríamos desconocer, pero también ocurre con buenas ideas como esta. Aunque ya hay tuits que enseñan a silenciar los cuadritos por si alguien está cansado de verlos.

Otra clave del éxito, aunque parezca contraintuitiva, es que solo se puede adivinar una palabra cada 24 horas. Esto puede parecer frustrante porque el juego es divertido y engancha, pero el autor explicaba al Times que esa sensación de escasez ha ayudado a que la gente se quedara con ganas de más. Y añadiría que está bien saber que vas a pasar unos minutillos jugando y no te va a ocurrir eso de que cuando levantas la mirada del móvil ya han pasado 17 años.

Los juegos de palabras gustan mucho, quizás porque al final se trata de jugar con algo que usamos cada día para pensar, hablar, reír y otras cosas peores. Tenemos unos cuantos ejemplos, comenzando por los crucigramas, que también pasaron por una época de fenómeno de masas en los años veinte del siglo pasado. Esta moda llevó a que los bibliotecarios se quejaran de que los aficionados copaban diccionarios y enciclopedias, intentando resolver las pistas más rebuscadas. Y según recoge Màrius Serra en su libro Verbàlia, un juez dio la razón a una mujer de Chicago, Mara Zaba, que llevó a los tribunales a su marido por el abandono conyugal sufrido por culpa de este pasatiempo: la sentencia obligaba al señor Zaba a no resolver más de tres al día.

Esto no le habría pasado con Wordle, a no ser que pudiera jugar en muchos idiomas. Al menos de momento: los malpensados ya temen que la página se invente una versión de pago para jugar decenas de palabras al día o que le salgan clones que lo hagan. Puede ser, pero de momento tenemos un regalazo.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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