Reciclable, reciclado o nada de eso
Si de verdad se pretende que la responsabilidad ecológica recaiga en las espaldas de la ciudadanía, deberían informarnos del coste medioambiental de cada producto


Se nos exige sensatez en la cesta de la compra. Se nos apremia a revertir el efecto invernadero. Se nos dice que ayudemos a la desaparición de las islas de plástico en los océanos. Con toda esta responsabilidad sobre nuestros hombros, buscamos en los envases indicios que apacigüen nuestra conciencia. ¿Qué nos encontramos? En la mayoría de las ocasiones, los plásticos de un solo uso —por centrarme en un solo material— llevan etiquetas con unas flechas continuas en forma de círculo o triángulo con un adjetivo: reciclable. Pero no es lo mismo reciclable que reciclado.
Durante algunos años, enseñé español para extranjeros en Estados Unidos. Aunque nuestro idioma no tenga la flexibilidad de otras lenguas, los hablantes podemos formar adjetivos. Uno de los sufijos más comunes para este propósito es -ble. Los adjetivos que construye suelen partir de verbos. Estas tres letras significan, según la RAE, “una posibilidad pasiva o una aptitud para recibir la acción del verbo”. El adjetivo reciclable en un envase supone que existe la posibilidad de que ese plástico se recicle, una posibilidad entre tantas otras.
Desde la década de los setenta la industria ha pretendido que la responsabilidad del reciclaje recaiga en las manos de la ciudadanía. Hay productos como la Coca-Cola que directamente entran en el mandato: “Recíclame”, dicen. Depositamos obedientes estos productos en el contenedor amarillo, que es la punta del iceberg de un proceso complejo, largo y opaco.
En Europa solo se reciclan los plásticos más sencillos. Una gran parte de los residuos reciclables son exportados a otros países, especialmente asiáticos. Hasta 2018 China era el basurero del mundo. Recibía el 95% de los plásticos de la Unión Europea y el 75% de EE UU. En el mismo año un informe de la ONU revelaba que solo el 9% de los plásticos producidos desde los años cincuenta (unos 8.300 millones de toneladas equivalentes al peso de un millón de torres Eiffel) han sido reciclados, el 12% se ha incinerado y el resto está en vertederos o en algún otro lugar del medio ambiente donde pueden permanecer durante siglos. La producción de plástico de un solo uso persiste y en el año 2050 habrá más plástico en el océano que peces. China dejó de recibir este tipo de desechos tras la avalancha de denuncias por la mala gestión de estos residuos que en muchas ocasiones no se reciclaban, o si lo hacían, era con un elevado coste medioambiental y de salud ciudadana.
En España, la separación de basura doméstica crece cada año. Sin embargo, las cifras de cuántos envases ponemos en el contenedor amarillo varían según las fuentes que las proporcionen. Para Greenpeace no llega ni al 30%, para el Ministerio de Transición Ecológica la cifra asciende al 45,46% y para Ecoembes, al 78,8%. Ecoembes es la sociedad anónima sin ánimo de lucro creada por miles de empresas de alimentación y bebidas que administra el dinero para la eliminación de sus residuos. La normativa europea obliga a las compañías que ponen envases en la calle a responsabilizarse de ellos. En nuestro país las empresas decidieron hacerlo bajo esta fórmula en lugar de un sistema de depósito, devolución y retorno, un modelo más implantado en otros países de Europa. Ecoembes dibuja la citada flecha circular que indica que una parte del precio va destinado a pagar a los municipios que recogen y transportan las basuras del contenedor amarillo. El resto de recipientes terminan en vertederos o en cualquier lado. De estos, nadie se responsabiliza. ¿Qué pasa con los que sí llegan al contenedor adecuado? Muchos se exportan.
España es el octavo país exportador de plásticos a Malasia, que en 2019 denunció la llegada de un cargamento ilegal de 3.000 toneladas, en parte procedentes de nuestro país. Se trataba de residuos que por estar mezclados, demasiado sucios o porque no se acomodaban a la tecnología del lugar para ser tratados, no pueden reciclarse. Un envase reciclable no es un envase reciclado, de la misma manera que una normativa implementable no es una normativa implementada. Algunas marcas indican motu proprio el porcentaje de material reciclado usado en sus envases. ¿No sería interesante ir un paso más allá? ¿No se implantó en 2016 la información nutricional de los alimentos? ¿No nos acostumbramos a hablar de calorías, hidratos de carbono, grasas saturadas e insaturadas, con rapidez asombrosa? ¿No se ha creado un sencillísimo baremo de colores y letras para saber si un alimento es saludable? Si de verdad se pretende que la responsabilidad medioambiental recaiga en las espaldas de la ciudadanía, deberían informarnos del coste medioambiental de cada producto. No basta con asegurar que un producto es reciclable. ¿Cuánta agua se utilizó para su confección, cuál es su huella de carbono y qué otras emisiones tóxicas han sido necesarias para que aparezca reluciente en la estantería y para que vuelva a la cadena productiva? Evidentemente, el reciclaje es un gran paso hacia la utopía —todavía lejana— de la economía circular, pero es muy difícil liderar la solución sin poseer todos los datos.
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