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Hong Kong, punto final

Baja participación, la oposición exiliada o encarcelada y el acceso limitado a los patriotas: así es el modelo de democracia que Xi Jinping ofrece al mundo

Conteo de los resultados electorales en Hong Kong (China), el pasado domingo.
Conteo de los resultados electorales en Hong Kong (China), el pasado domingo.JEROME FAVRE (EFE)
Lluís Bassets

Es el punto final. La población de Hong Kong ha demostrado su decencia cívica con la amplia abstención, cerca de un 70%, en unas elecciones que solo sirven para avalar la pérdida de las libertades públicas y del autogobierno. El gobierno chino ha reducido el número de escaños de elección democrática directa y vetado los candidatos que no acreditaran la sumisión al régimen. Si algo recuerda este sistema es la lejana democracia orgánica del franquismo, con sus representantes corporativos y el imprescindible juramento de los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional.

Nada se entiende de la eficaz imposición del régimen dictatorial sin la desatención de los últimos años por parte de Reino Unido, la antigua potencia colonial, ocupada exclusivamente en el Brexit, y de Estados Unidos, la superpotencia interlocutora de China, dominada por el caos trumpista. El estatuto de Hong Kong, establecido por Margaret Thatcher y Deng Xiaoping mediante una Declaración Conjunta de 1984, preveía mantener el régimen de libertades, la separación de poderes y el pluralismo político hasta 2047. Durante 50 años, la autonomía de su Gobierno debía ser absoluta, excepto en asuntos exteriores y defensa, siguiendo el lema un país, dos sistemas y el principio de una sola China, internacionalmente reconocidos.

Con el aplazamiento de las elecciones bajo la excusa de la pandemia y la imposición de una ley de seguridad, Pekín rompió el pasado año con aquella declaración depositada en Naciones Unidas a título de tratado internacional vinculante. La farsa electoral de este fin de semana apenas ha merecido unos gemidos del Gobierno de Londres, signatario de un breve comunicado de protesta.

La devolución de Hong Kong fue un experimento político que se proyectaba sobre el futuro de Taiwán. El optimismo de la época permitió imaginar que el régimen de partido único, estimulado por el crecimiento y por su integración en la economía globalizada, evolucionaría hacia formas cada vez más democráticas. No tan solo ha sucedido lo contrario, sino que Pekín está utilizando las interdependencias construidas en los últimos años como palancas para convertirse en la superpotencia del siglo XXI y erigir su capitalismo autoritario en modelo de gobernanza eficaz.

La destrucción de las libertades de Hong Kong ha sido una operación de microcirugía si se compara con los sangrientos métodos al uso en los regímenes comunistas para ahogar los movimientos democráticos, incluido el de China en 1989 en la plaza de Tiananmén. Con una muy baja participación, la oposición en el exilio o la cárcel y el acceso limitado a los patriotas, es decir, a los candidatos adictos al régimen, este es el modelo de democracia que Xi Jinping ofrece al mundo y especialmente a Taiwán, la isla que el irredentismo chino quiere anexionarse antes de mitad de siglo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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