Académicos: busquen escritoras Grandes y grandes
Si se da prisa, la RAE está tiempo de no llegar tarde para acoger a autoras impresionantes aún vivas y reparar el enorme desequilibrio de género en sus filas
Emilia Pardo Bazán entró en la Real Academia Española (RAE) un siglo después de morir y lo hizo de forma simbólica, claro, porque en vida le plantaron un rechazo adornado por eso que algunos llaman micromachismos y que no es sino un macroproblemón: “Literata fea con peligro de volverse libre pensadora”, escribió Marcelino Menéndez Pelayo (que ocupaba el sillón de letra l minúscula), mientras Juan Valera (letra I mayúscula) insinuaba que no le iba a caber el trasero en ninguno de los asientos académicos o Isidoro Fernández Flórez (letra U mayúscula) censuraba que “su pluma es viril y sus adjetivos tienen bigotes; como escritora gasta barba corrida”. Los miembros de la Real Academia venían eligiéndose entre amigotes de bigote de tanta erudición como testosterona, ya que desde la postulación de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda había quedado claro que la RAE, como el brandy Soberano, era cosa de hombres.
¿Era, hemos dicho?
Vamos a ello.
Aunque en mayo, en el centenario de su muerte, la Real Academia pidió perdón a Pardo Bazán por aquel portazo, la situación no ha mejorado demasiado. En 1978 entró la primera mujer, Carmen Conde, y desde entonces solo han sido 12 en el océano de casi 500 hombres en tres siglos de historia. Entrados ya en el siglo XXI, poco más del 20% de las nuevas incorporaciones han sido mujeres, una proporción que debería avergonzar a sus ilustrísimas porque a este ritmo jamás habrá justicia, que no es lo mismo que igualdad, aunque suele ayudar.
Viene esto a cuento de la lluvia de críticas que cae sobre el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid por no rendir tributo a Almudena Grandes, una actitud soez que consolida el espectro de que la cultura es de derechas o de izquierdas. Más delito tiene —a mi entender— que la institución cultural por excelencia que es la Real Academia Española la haya ignorado, como sigue ignorando a otras autoras impresionantes mientras hay que aplaudir las incorporaciones a cuentagotas como regalillos para estas feministas que tanto dan la lata.
En Francia, Joséphine Baker acaba de convertirse en la sexta mujer (y primera negra) en entrar en el Panteón de Hombres Ilustres, un recurso de última hora del que no disponemos en España para recolocar a grandes figuras en buen sitio. Pero no se desanimen, porque hay más vías. Seguramente los académicos lamentan no haber acogido a una escritora como Grandes, que alguna vez se barajó sin éxito, espabilarán esta vez y se darán cuenta de que otras grandes —en minúscula solo ortográfica— aún están vivas. No es difícil. No lleguen tarde otra vez. Escarmentados por los fallos anteriores, segurísimo que lo harán. @bernagharbour
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.