Ideas, poder y debate
La mayoría de las veces las disputas dentro de los partidos no se deben a diferencias ideológicas sino a una cuestión de poder
La mayoría de las veces las disputas dentro de los partidos no se deben a diferencias ideológicas sino a una cuestión de poder. Buscarlo o mantenerlo es lo que hace que se vayan modificando las posiciones. Es difícil atribuir muchas de las diferencias entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado a una razón ideológica verosímil. En las luchas de Podemos y sus spin offs lo que menos contaba eran las ideas: a fin de cuentas, todos compartían la visión de la política como un cruce entre la revolución cultural y Al salir de clase. En la derrota se reivindica el pluralismo; en la victoria se exige la adhesión unánime. También ocurre fuera de los partidos: Pedro Sánchez, que debe parte de su capital político al “No es no”, pide el voto a los demás apelando al consenso y al sentido de Estado. Defendía la militancia del PSOE frente al aparato hasta que él se convirtió en aparato.
El poder también hace que las contradicciones sean soportables y las meteduras de pata menos graves. La decisión de invitar a Nicolas Sarkozy a la convención del PP unas horas antes de que lo condenaran por financiación ilegal parece una idea de Armando Ianucci, la mayor influencia de la política española, pero también nos recuerda la observación de Giulio Andreotti de que el poder desgasta sobre todo al que no lo tiene. Las victorias electorales aplazan las reflexiones sobre modelos anticuados y contradicciones insolubles. Ahí salimos todos a la caza del Zeitgeist, que siempre nos da la razón.
Por supuesto, las ideas y las distintas visiones son importantes, pero el debate solo es una forma de entretenimiento, autoseñalamiento e ilusionismo. “La opinión partidista, primordialmente dirigida, como la pasión deportiva, a la humillación del adversario, no consiste más que en una amalgama de elementos heterogéneos que ponen en marcha reflejos condicionados; nociones imprecisas de hechos escasamente conocidos o mal recordados y a los cuales, por caprichosas asociaciones inconscientes, vinculamos la imagen desdibujada de remotas simpatías o antipatías personales impulsadas por la fuerza del mimetismo”, escribía Ferran Toutain en Imitación del hombre. En vez de tratar con la realidad nos dedicamos al recreacionismo del pasado o problemas de otros países, y una de las funciones principales de las discusiones es fingir que nuestras opiniones no son contingentes. Los más cínicos y los más ingenuos son los primeros en caer seducidos por su simulación. @gascondaniel
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