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Columna
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Esa palabra fea que empieza por B

Si los británicos se resistieron a contar 100 peniques pudiendo contar 240 para llegar a una libra, ¿para qué iban a reconocer la eficacia de vivir integrados en un club económico solvente como la UE?

Berna González Harbour
Una cola para echarse gasolina en Tonbridge, sureste de Inglaterra.
Una cola para echarse gasolina en Tonbridge, sureste de Inglaterra.BEN STANSALL (AFP)

Esto era así: una libra contenía 20 chelines, que a su vez contenían 12 peniques cada uno, por lo que hacían falta 240 para formar una unidad (de libra). Mientras Estados Unidos, Rusia o Francia tenían sistemas decimales en sus dólares, rublos o francos desde el siglo XVIII, los tan racionales british necesitaron llegar ¡a 1971! para incorporarlo, eliminar los viejos chelines e introducir nuevos pence, y aún muchos se hicieron un lío. Lo de conducir por otro carril lo dejamos para otro siglo.

Así que ¿de qué nos sorprendemos al ver las colas que se forman estos días en las gasolineras y las estanterías vacías de productos que no llegan por falta de camioneros? Esa testarudez británica es aún más fuerte que su grandiosa racionalidad.

Si “Brexit es Brexit”, como nos enseñó Theresa May sin alcanzar a dar más detalles, la salida británica de la Unión Europea se ha convertido hoy en una pesadilla que ninguno quiere mencionar. “Esa palabra que empieza por B”, se oye ahora en las colas ante la innombrable realidad. Porque cerrar fronteras en plena era global, finiquitar décadas de apertura, de asimilación y acogida de extranjeros, de meritocracia y de un paisaje ciudadano en el que paquistaníes, españoles o afganos servían cafés en las terrazas o presentaban telediarios tiene sus inconvenientes.

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Hoy no hay conductores suficientes para mantener el nivel de consumo añorado. Ni personal para mataderos. “A quienes venían para desplumar y empaquetar pavos ya no les dejan entrar”, dice un testimonio en The Guardian. El país de la libertad debe restringir su hambre de salchichas, de muebles de Ikea, de latas de Coca-Cola, Fanta, Sprite o Heineken, por citar algunas marcas afectadas, a falta por ejemplo del dióxido de carbono necesario para las bebidas gaseosas o para mantener frescos los alimentos. Hasta los tubos para análisis de sangre escasean, más vale estos días no tener problema de colesterol.

En una inusitada incapacidad para reconocer la realidad, ni el Gobierno ni los laboristas aluden al Brexit para explicar lo ocurrido sino a las dificultades de la pandemia, pero en ningún lugar del mundo se han cortado cadenas de producción o abastecimiento por la Covid. Es más, en Irlanda del Norte, que aún puede abastecerse del continente, no se percibe problema. No importa. Si se resistieron a contar 100 peniques pudiendo contar 240 para llegar a una libra, que como todo el mundo sabe debe ser más sencillo, ¿para qué iban a reconocer la eficacia de vivir integrados en un club económico solvente, donde la alianza con otros facilita la movilidad laboral y la satisfacción de tantas necesidades? Qué cosas tenemos, por Dios.

Tal vez en un par de siglos se lo piensan otra vez.

@bernagharbour

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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