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tribuna
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Los vaivenes de la casta

El malestar que aprovechó Podemos en su origen lo utiliza hoy la ultraderecha global en un discurso antipolítico

El líder de Vox, Santiago Abascal, en un mitin en Navalcarnero el pasado abril.
El líder de Vox, Santiago Abascal, en un mitin en Navalcarnero el pasado abril.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)
Germán Cano

“El peaje político es haber hablado de la casta y ahora ser tú la casta”. El Hormiguero, poco antes de las elecciones de 2019. Esta réplica de Pablo Motos a Pablo Iglesias acerca del chalet de Galapagar se hace viral en el ecosistema mediático. Aunque el líder de Podemos intenta justificarse argumentando que la casta son “los políticos que roban y los que acaban en despachos de grandes multinacionales”, ese descreimiento habitual en el “entretenimiento” de gran audiencia ocupa toda la escena. Pendular, el malestar cambia de bando bajo una nueva “casta”.

Para quienes tenían elevadas expectativas del ciclo, es plausible aceptar el diagnóstico de que Iglesias estaba pagando ante Trancas y Barrancas el precio político de un éxito que, tras el acelerado blitzkrieg ante la ventana de oportunidad de la crisis española, corría el riesgo de ser más mediático y eficaz a corto plazo que culturalmente permeable. La espuma impaciente de este politicismo admitía otras lecturas: del anticipamiento derrotista (¿no le castigaban ahora las mismas reglas de juego televisivas que tanto le habían encumbrado?), al cinismo (todos los políticos son iguales). También se habló del efecto bumerán del discurso populista: el líder sobreexpuesto desde la retórica afectiva de la autenticidad, ¿no es mucho más vulnerable a cualquier mancha de sospecha?

El problema de estas lecturas, de izquierda a derecha, es olvidar el modo en el que, tras décadas de impotencia marginal, otra izquierda intentó operar experimentalmente dentro del mainstream mediático y cultural. Creo que el asunto tiene miga a la luz de la estrategia retórica de la ultraderecha española. Si hoy abundan alusiones envenenadas a la “casta LGTBI”, la “casta sindical” o la “casta del mundo cultural”, es porque ha cambiado el marco desde el que se sentía esa ofensiva distancia del poder respecto a las preocupaciones comunes.

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Se ha analizado cómo el término “casta” servía al Podemos populista recién nacido para trazar un eje vertical antagonista en lugar del clásico izquierda-derecha. En una fórmula tan simple (simplista para sus adversarios) como efectiva, se daba sentido al malestar alineando el bipartidismo, el Ibex 35, las puertas giratorias, el “régimen del 78″, el Poder Judicial y toda representación del poder. El fallo de este análisis, que se limita a oponer poder constituido y poder constituyente sin atender a sus mediaciones, es que entiende la crítica a la “casta” solo bajo el cajón de sastre del “populismo” o, el más banal, de “los extremos se tocan”. Veamos.

El éxito del uso de “casta” como mantra retórico en 2014 se explica desde un doble escenario. Por un lado, el contexto concreto español tras la denuncia del 15-M del alejamiento bipartidista en la crisis de 2008; por otro, los bloqueos de las tradiciones clásicas (liberalismo, socialdemocracia y marxismo) en afrontar las dinámicas de crisis de las sociedades postfordistas. Un malestar monstruoso, por difuso y amorfo, para sus categorías teóricas de individuo racional y clase. La casta de 2021 es diferente. Si Podemos, parasitario del malestar, aparecía en los medios hegemónicos como un partido populista que solo canalizaba la ira ciudadana, no es menos cierto que, curiosa paradoja, su insultante imagen tampoco estaba lejos de cierto intelectualismo universitario, de excesos teóricos. Es llamativo que muchas críticas denunciaran tanto un exceso de afectividad como de abstracción.

Hoy el difuso antiintelectualismo de la nueva derecha global suele caricaturizar la esfera mediática no afín o la universidad como una secta de acomodados ideólogos, una acusación ya esgrimida por los críticos reaccionarios desde la Revolución Francesa. Quizá sea sano reírse de un tuit sobre el “núcleo irradiador”, pero ¿para quién escribe Vox sino para los que odian? Bajo su nueva crítica de “la casta”, esta derecha legitima lo que el neoliberalismo ha promovido desde los setenta: una restauración de las élites económicas que va de la mano de un rebajamiento del deseo de cultura teórica, de un agotamiento de las contaminaciones identitarias y de la imaginación política moderna. Este oportunismo que ensalza lo doméstico y se enorgullece de su embrutecimiento es la otra cara de un discurso que legitima las inercias del mercado y sus vencedores.

El malestar que en 2014 se traducía en un torpe programa pedagógico, orientado a construir puentes con la política, se articula hoy —más bajo los efectos pandémicos— en un discurso antipolítico, receloso de toda mediación totalitaria que pueda intervenir sobre una infantilizada libertad individual. “Casta” ahora incluso alude a todo ese conglomerado difuso de poderes (significativamente mediáticos, culturales y “buenistas”) que pretende limitar la sana espontaneidad machista, la soberanía cipotuda del privilegiado ofendido y la campechana expresión de odio. Por ello, junto a la categoría de “posfascismo”, que ha cobrado relevancia para definir el nuevo momento histórico, es preciso hablar también, como revela la derecha alternartiva norteamericana, de un emergente “popfascismo”. Solo entendiendo la creciente conexión entre la banalización de la industria cultural y la nueva agresividad reaccionaria podemos actuar como cortafuegos de este funesto y creciente resentimiento.

Germán Cano es profesor de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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