Vacaciones
Pienso dedicar el mes de agosto a descansar, a dormir mucho, a leer mucho, a olvidarme de la incidencia, de la curva, de las hospitalizaciones, y a pasar todo el tiempo que pueda sin mascarilla
Párense un momento a pensar. Cierren los ojos y concéntrense en las sensaciones que han experimentado desde que arrancó el curso que ahora acaba, en septiembre de 2020. Si se centran en una experiencia física, estarán notando ya las gomas de la mascarilla, esa tensión casi imperceptible por las mañanas que con el paso de las horas se convertía en dolor detrás de las orejas. Si buscan una palabra que baste para describir lo que hemos vivido, no encontrarán otra mejor que cansancio. Un cansancio peculiar, eso sí, distinto del que nace del esfuerzo físico, de las excursiones por el monte, de los largos viajes que apenas recordamos. El cansancio de no poder, de no hacer, de no moverse, aún no, y seguir relacionándonos con el mundo a través de una pantalla mientras cada día nos costaba más refrenar el deseo, la necesidad de recuperar lo que siempre había sido nuestra vida. Los expertos lo llaman fatiga, pero yo no soy capaz de recordar un cansancio más agotador que el que ha traído consigo el segundo año de la pandemia, que nos ha obligado a posponer siempre un poco más los reencuentros, los abrazos, las pequeñas rutinas cotidianas que nos hacían felices. Por eso a mí, al menos, me hacen tanta falta este año las vacaciones. Y no voy a hacer nada extraordinario, no crean, o tal vez sí, porque pienso dedicar el mes de agosto a descansar, a dormir mucho, a leer mucho, a olvidarme de la incidencia, de la curva, de las hospitalizaciones, y a pasar todo el tiempo que pueda sin mascarilla. Puede parecer un programa irresponsable, pero es una simple técnica de supervivencia. Porque septiembre, que ahora parece lejanísimo, llegará pronto, y todo lo que hayamos descansado nos parecerá poco. Disfruten del verano. Nos lo hemos merecido.
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