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Columna
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Nuevo tiempo, nuevo Gobierno

Pedro Sánchez quiere una legislatura larga y ganar las próximas elecciones. No hay fidelidad que esté por encima de eso

cambios gobierno / Mariam M Bascuñan
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Así de radical podría ser la lectura de los cambios que el presidente ha hecho en su Gabinete. Estamos ante un Gobierno nuevo porque Sánchez quiere una legislatura larga y ganar las próximas elecciones. No hay fidelidad que esté por encima de eso. Sale la triada que representaba el núcleo duro del anterior Ejecutivo —Calvo, Ábalos y Redondo—, impactando por completo en la línea de flotación de la estructura de gobernanza interna en la toma de decisiones. Ese es el primer mensaje que lanza el presidente: el tiempo pospandemia comienza con un profundo reset en el que la cartera de Economía, aquella en la que recaerá el mayor peso para la gestión de los fondos europeos, tendrá una importancia preeminente. Esto explica el ascenso de Nadia Calviño, la nueva “mujer fuerte” del Ejecutivo y burócrata avezada de Bruselas. Pero también la caída de las figuras con más desgaste político con Iván Redondo a la cabeza, un peculiar jefe de Gabinete al que probablemente le ha pasado factura su sobreexposición pública. Y la sorprendente salida de Ábalos, que puede tener su hipotética explicación en el terremoto murciano.

Que Sánchez decida prescindir de la triada que le hizo llegar a la cima se puede interpretar de muchas maneras. Podría decirse que no tiene miramientos ni fidelidades plenas, y también que posee un instinto de supervivencia y de poder implacables. Su olfato le conduce a articular el nuevo Gobierno bajo tres coordenadas: politización, territorialización y feminización. Optar por políticos frente a figuras con perfil más tecnócrata e independiente supone apostar por un Gabinete más político que encajaría mejor con el Coliseo en el que se ha convertido el Congreso: Ejecutivo de cantera en tiempos de política salvaje. Al mayor grado de politización suma tres ministras procedentes del mundo local, algo extraño en nuestra cultura política, no así en la europea, donde no suele despreciarse ese talento. Es significativo el cambio de Montero en la portavocía por la castellanomanchega Isabel Rodríguez, que podría leerse como una reorientación estratégica hacia una política que mire más a la España interior. Su nombramiento perjudica indirectamente a Iceta, pues dos ministros catalanes al frente de Administración Territorial y Fomento —ahora en manos de la alcaldesa de Gavà— no hubiera sido la mejor manera de mostrar sensibilidad hacia todos los territorios. Se desperdicia parte del talento de Iceta, que va a estar en un ministerio que, asombrosamente para un país europeo, no tiene para este Gobierno la importancia que merece. Veremos cómo aterriza en Cultura. Y esa sensación de no haber cumplido con una etapa se repite también con Arancha González Laya, una ministra con una brillante carrera internacional que ha llevado aire fresco a nuestra conservadora diplomacia. ¡Lástima que la feminización en ese terreno aún tenga que esperar!

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