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Columna
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Licurgo en Twitter

Aún no tenemos claros cuáles son los códigos sociales que nos pueden ayudar a limitar las conductas perjudiciales que vemos en las redes sociales

Pablo Simón
Algoritmos
Logos de redes sociales.Jaap Arriens

¿Cuándo fue la última vez que llamaste la atención a alguien en público? Tal vez una persona no ha cedido su asiento a un anciano en el transporte público o quizá dos transeúntes se han enzarzado en una pelea ¿No merecería la pena intervenir? Sin embargo, sabemos que este comportamiento que es cada vez menos común. Es antipático, incómodo y, sobre todo, exponerse implica un coste.

La indignación moral es un elemento consustancial a nuestras sociedades. Desde que vivimos en comunidad, los comportamientos que se consideran inadecuados implican un reproche aparejado de vergüenza y castigo. Ahora bien, internet ha permitido elevar a la enésima potencia esta dinámica y no sólo ante actos, sino también ante expresiones. Ante cualquier comportamiento, real o figurado, uno se puede posicionar cómodamente, reforzando con una legión de likes cualquier prejuicio. Es más, simplemente “citando” el tuit de otra persona se puede arrojar sobre él la legión de seguidores que generen comunidad en torno al reproche.

Este cóctel solo es posible gracias a la mezcla de tres elementos. Primero, tenemos unas redes que cada vez son más una extensión de nosotros mismos. La “extimidad”, mostrar nuestro yo hacia fuera, ha hecho que la barrera de lo público y lo íntimo se desdibuje. Desde compartir unas vacaciones a ligar o trabar amistad, hoy somos una mezcla de lo que ocurre en el mundo físico y en el online; nuestra autoestima cada vez se asocia más a ambos componentes

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Además, esto se combina con que la información que se comparte en redes es crecientemente emocional. De hecho, los emotivos son los contenidos más viralizados porque permiten marcar líneas de indignación claras, polémicas que consiguen clics a favor y en contra. Por último, un componente ha disparado estas dinámicas es la barrera física y mental que supone la pantalla. Hoy estamos a salvo para amonestar al mundo no sólo porque se eliminan los costes de hacerlo, sino también porque se deshumaniza a quien reprobamos.

Este no quiere ser un artículo pesimista sobre el papel de las redes. Son instrumentos muy útiles: pueden ensanchar nuestra visión del mundo y ayudarnos a acceder a información interesante. Generan comunidad y nos permiten conocer a gente valiosa. Más bien lo que quiero señalar es que aún no tenemos claros cuáles son los códigos sociales que nos pueden ayudar a limitar las conductas perjudiciales que vemos en ellas.

Dicen que cuando Licurgo presentó las leyes de Esparta fue agredido por el joven Alcandro, que le sacó un ojo. En lugar de hacerlo matar, el legislador lo invitó a cenar y le expuso las ventajas de su reforma, lo persuadió con sus buenos modos, y terminó haciendo de él uno de sus grandes partidarios. Quizá por eso a veces frustran las redes. Nada que objetar con que te peguen en el ojo, pero qué pena no poder invitar a una cena y decirse las cosas frente a frente.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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