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Combat rock
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La culpa es de los “aspiracionistas”

En el horizonte del mandatario y su movimiento no existe nada similar a la autocrítica. Jamás han reconocido una falla, una grieta, una limitación

Andres Manuel Lopez Obrador durante una conferencia de prensa esta semana (Photo by Manuel Velasquez/Getty Images)
Andres Manuel Lopez Obrador durante una conferencia de prensa esta semana (Photo by Manuel Velasquez/Getty Images)Manuel Velasquez (Getty Images)
Antonio Ortuño

Se puede acusar de muchas cosas al presidente López Obrador, pero nunca de que sus palabras no resulten reveladoras. Luego de las elecciones del pasado 6 de junio, en las que su partido logró dominar el reparto de gubernaturas, aunque no consiguió la mayoría calificada del Congreso y recibió un revés considerable en la capital (lo mismo que en Guadalajara y Monterrey, las siguientes dos mayores urbes), el mandatario se crispó de un modo en que no lo hacen quienes se sienten ganadores. Y salió a criticar públicamente a las clases medias, parte de las cuales, según las encuestas, le dieron la espalda en las urnas. Se quejó López Obrador de los “aspiracionistas” de clase media y puso como ejemplo de ese “aspiracionismo” el estudio de posgrados... La señal no puede ser más clara.

El presidente, en cambio, tuvo frases de elogio para otros sectores. Para “la gente humilde, trabajadora, buena”, por ejemplo, que “entiende” que se haya caído la línea 12 del metro y que no castigó con sus votos un desastre del que solo se puede responsabilizar a su movimiento político. Y, más llamativamente aún, también se mostró conforme con el crimen organizado, que, según su visión, “se portó bien” en los comicios, a diferencia de lo que llamó “el crimen de cuello blanco”… Que es, a fin de cuentas, como denomina a sus adversarios.

Resultaría muy fácil postular que el presidente habla de modo superficial, o lo hace desde la frustración que le provoca no haber visto refrendado en las votaciones el discurso preferido por él y sus personeros, y que lo presentaba como una suerte de fetiche invencible, en torno al cual se arremolinaba un pueblo fascinado y agradecido. Me parece más probable, sin embargo, que López Obrador sepa muy bien lo que está poniendo sobre la mesa y lo haga con toda premeditación. Si las clases medias y algunas capas presuntamente “ilustradas” se han manifestado críticas, distantes y hasta opuestas a su hegemonía política, ¿para qué mostrarse con ellas de otra forma que no sea insultante, desdeñoso y bélico? Así es como él lo ve.

En el horizonte del mandatario y su movimiento no existe nada similar a la autocrítica. Jamás han reconocido una falla, una grieta, una limitación. Si una catástrofe como la caída de la línea 12 le parece al mandatario un accidente natural (“esas cosas pasan”, fueron sus palabras precisas), si otra hecatombe incluso mayor, como el manejo de la covid-19 a escala federal, le resulta exitosa y hasta “ejemplar”, no puede esperarse que reconozca que su gobierno ha decepcionado y disgustado a sectores que, al menos en parte, lo apoyaron y lo llevaron al poder.

El presidente, claro, no siente necesidad de reconocerse equivocado en nada, ni de cambiar de rumbo. No le interesa recobrar la confianza de quienes se alejaron. Prefiere que su partido pierda millones de votos (pues vienen de gente “aspiracionista”, que considera voluble y poco comprometida), si a cambio aumenta la lealtad de quienes se quedan a bordo de su barco.

No solo no va a cambiar de dirección retórica, sino que es probable que su discurso se endurezca aún más. Sostener (incluso con cierto toque de sarcasmo, como lo hizo) que el crimen organizado es menos nocivo que sus rivales políticos puede sonar delirante para quien no entienda que su lucha no es otra que mantener y aumentar su poder a cualquier costo. Para él, es un recurso normal. Su prioridad es ganar sus personales combates, no administrar el Estado.

El presidente, me parece, es muy honesto cuando dice que su movimiento quiere transformar el país. Es tan honesto que no le importa reconocer que en ese país que anhela en su mente no tienen cabida muchos mexicanos. Y esto no es ninguna novedad: México se ha especializado en construirse al capricho de quienes lo gobiernan. Tampoco ahí hay gran diferencia entre este gobierno y sus aborrecidos antecesores.

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