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Columna
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Demócrata

Las actitudes intolerantes de la españolísima gente de bien son consustanciales a su ideología. Conmigo o contra mí.

Marta Sanz
Concentración este domingo en la plaza de Colón contra los indultos a los presos del 'procés'.
Concentración este domingo en la plaza de Colón contra los indultos a los presos del 'procés'.Bernat Armangue (AP)
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A mí me gustaría saber cuándo me va a tocar ser demócrata. También siento curiosidad por enterarme de cuándo seré “gente de bien”. Estoy pendiente de que se sorteen estos atributos igual que se repartían los papeles en el pueblo de Amanece que no es poco: escritores, guardiaciviles faulknerianos, esposas adúlteras que parían gemelos a los tres minutos de copular con su amante y hortelanas impacientes que sacaban, como cebollinos, a hombres inmaduros de la tierra dejándolos cojitos pa toa la vida, todos, todas, contingentes, menos el alcalde que era necesario. Me postulo como demócrata para el trimestre próximo con el permiso de constitucionalistas de última hora, y manifestantes de plaza de Colón con bandera adherida a alguna parte de su indumentaria. Quiero que me toque pronto ser demócrata porque, durante demasiados años, a quienes denunciábamos torturas en un estado de derecho, admirábamos a las hijas de Ernest Lluch por pedir diálogo tras el asesinato de su padre, nos rebelábamos frente al cierre del diario Egunkaria como atentado contra la libertad de expresión o pagábamos la cuota de un sindicato de clase, nos han llamado de todo. Quiero dejar de ser una destructora de España.

Ahora con el magnífico gesto político de Oriol Junqueras, demócratas que lo eran antes de la invención de la democracia por su defensa de la libertad de hacer de su capa un sayo, se colocan la venda sobre la herida antes de tiempo y prevén, en plan Minority Report, que Junqueras la va a volver a liar. Se usa una lógica parecida a la de encerrar preventivamente a los menas que van a delinquir sí o sí —si lo sabré yo que reivindico mi derecho a ser xenofobodemócrata y gilipollas. Que nadie me robe mi libertad, leche—. Rechazan los indultos con la judeocristiana excusa de pedir un perdón innecesario y se adelantan a futuros delitos: los malhechores deberían pudrirse en la cárcel por sus blasfemias territoriales dando cerrojazo a la posibilidad de discrepar, hacer política, cambiar leyes, avanzar… Cuando se pide respeto por las personas que votan a Vox o al PP, se olvida que otras personas votan a Esquerra Republicana de Catalunya. Las actitudes intolerantes de la españolísima gente de bien son consustanciales a su ideología. Conmigo o contra mí. En la Asamblea de Madrid Vox veta un minuto de silencio por un asesinato machista. Amenazas de muerte a la dramaturga Pamela Palenciano. Oé, oé, oé, trapos sucios que se lavan en casa y negocietes de cargos públicos conchabados con comisarios espías que corroboran el dicho de que la realidad supera la ficción. Hoy la democracia más que nunca ha de basarse en la renuncia a las unilateralidades y en el diálogo, pero no como si el diálogo se pareciese a montar en bicicleta o fuese un tic. En democracia también importan saberes y valores que convierten el diálogo mismo en concepto sacralizado. Por eso, hay que saber con quién se habla. Tenemos una historia que no es una historia cualquiera y vivimos en un país en el que la libertad ideológica se esgrime como argumento para perpetuar el ideario franquista y sus fundaciones, mientras quienes hacen sarcasmos a costa del Cristo del Gran poder o la monarquía sufren serios problemas judiciales. Pues lo dicho: a ver cuándo en la hispánica metáfora de Amanece que no es poco nos toca ser demócratas a quienes somos demócratas.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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