La Ana Iris
Simón fue invitada a La Moncloa a cantar las alabanzas de la vuelta al agro. Pero se plantó orgullosa a pedirle trabajo, techo y patria a la plana mayor del Gobierno


En ciertos pueblos de La Mancha se estila ponerles a los hijos nombres compuestos, tanto más largos y líricos cuanto más corto y prosaico el presupuesto. Luego, en casa, se les endosa el artículo por delante y el mote por detrás y se les bajan los humos de cuajo. Así, servidora: Luz María del Mar en el Registro, será la Luz Mari la de Ceja hasta el hoyo para su familia manchega, y a mucha honra. En esos lares, la propia sangre es sagrada. La de los demás, solo si conviene. Y se critica a degüello a quien saca los pies del tiesto, hasta que toca en casa y se disculpa lo que sea. Como en todos sitios.
La periodista de tendencias Ana Iris Simón, hija y nieta de trabajadores manchegos, ha armado el taco con su primer libro, Feria. Unas arrebatadas memorias donde rinde tributo a sus ancestros rurales y dice envidiar la vida de sus padres porque, a su edad, tenían hijos, trabajo fijo e hipoteca, mientras ella, universitaria y con idiomas, va por el tercer ERE y ha tenido que huir de Madrid a la periferia para poder ser siquiera madre precaria. Al calor de la lumbre, Simón fue invitada a La Moncloa a cantar las alabanzas de la vuelta al agro en el marco de los fastos de la Agenda 2030. Pero, en vez de eso, se plantó orgullosa con sus 29 añitos, su metro cincuenta y su bombo de ocho meses a pedirle trabajo, techo y patria a la plana mayor del Gobierno. Por tal osadía, parte de la izquierda la trata de ultraderechista y la derecha en pleno, de musa. Ni lo uno ni lo otro. No comparto su discurso, no todo, pero la capacidad de Ana Iris, la chica de los Simones y los Bisuteros, de agitar las aguas y conectar con sus coetáneos trasciende etiquetas. En un par de semanas, parirá a su niño y luego, quizá, escriba un segundo libro que confirme o frustre expectativas. Mientras, en Campo de Criptana, su pueblo, seguro que su abuelo, Vicente, El Comunista, está hueco perdido viendo a su nieta la Ana Iris leerle la cartilla al presidente.
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