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COLUMNA
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Usurpar el papel de víctima

Es tal la cantidad de gremios, particulares y formaciones que pelean para erigirse en perjudicados que no han dejado sitio a los de verdad

David Trueba
Un árbitro durante la revisión de una jugada con el VAR.
Un árbitro durante la revisión de una jugada con el VAR.Matthew Childs / POOL (EFE)

En una sociedad inquisitorial y crispada, como la que hemos puesto en marcha a lomos de la hipercomunicación, los individuos buscan denodadamente un lugar en el que sentirse a salvo. Así que muchos pugnan por adquirir la vitola de víctima para sentirse a salvo de la agresividad general. Aunque parezca un poco innoble, esa propensión a presentarse como una víctima procede del maltrato, la indiferencia y el desprecio con el que castigamos a los débiles de verdad. Es toda una usurpación. Basta fijarse en un ejemplo. Los mismos que llevan décadas exigiendo que se limite la libre circulación de las personas pobres, o que se confine a los emigrantes en campos de internamiento sin haber cometido delito alguno, son los que más levantan la voz contra las restricciones sanitarias que les afectan a la hora de la caña.

En el último año, los que abogaban por abandonar la Unión Europea porque se presentaban como nacionalistas heridos en su identidad, víctimas de los burócratas europeos, han cambiado el tiro. Toca recibir los fondos y suena mal su discurso habitual. Así que lo han variado con todo descaro. Ya no quieren irse para gozar de su independencia, pero a cualquier exigencia responden presentándose como víctimas. Los Gobiernos de Polonia y Hungría han sometido sus políticas mediáticas, judiciales y de libertad sexual a un corsé ideológico que agrede las normas de salvaguarda de derechos que quedaron fijadas con el ingreso en la Unión. Nadie ha discutido nunca su soberanía, pero la renuncia a cumplir con compromisos colectivos debe ser castigada. No son pues víctimas, sino lo opuesto. En España, el bloqueo de la renovación del órgano de gobierno de los jueces evidencia una judicatura demasiado apegada a los intereses partidistas. Tiene que ser la UE la que afronte este desafío y corrija la anomalía. Y no seremos víctimas por ello, sino agradecidos ciudadanos.

En un año en el que ha habido miles de muertos por la pandemia, curiosamente a los que nunca se reconoce como víctimas es a los fallecidos. Es tal la cantidad de gremios, particulares y formaciones que pelean para erigirse en víctimas que no han dejado sitio a las de verdad. Sucede en todos los ámbitos, quien recibe una crítica periodística se presenta como una víctima de la maldad mediática. Quien recibe un revés judicial es una víctima del contubernio. Y hasta hemos visto que tras un partido de fútbol, siempre uno de los contendientes es víctima del VAR, aunque a la semana siguiente el reparto de papeles sea el opuesto. Hay una curiosa manipulación del lenguaje que permite llamar dictadura progresista a los avances en libertades sexuales, de pensamiento y expresión. Estas supuestas víctimas se enfrentan también con la ciencia. Va a resultar que Newton, Darwin y Einstein fueron déspotas inadmisibles, como lo son ahora los científicos mejor informados. Según esta línea de pensamiento, la Declaración de los Derechos Humanos fue una imposición dictatorial de los miembros de la Ilustración sobre indefensos esclavistas y tiranos. La carrera por postularse a víctima no acaba ahí, se expande por cada rincón y grupo ideológico generando una hipersensibilidad amenazante y agresiva. Conviene estar muy atentos para distinguir a las víctimas reales de los hábiles usurpadores. No está de más recordar, cada mañana, que la libertad no fabrica víctimas, sino algún que otro nostálgico del abuso.

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