La bondad
La rodilla que asfixia está siempre ahí, invisible, como la mano del mercado (quizá sean la misma cosa), sobre el cuello de alguien, normalmente sobre el cuello de las clases más desfavorecidas


“Voy a morir…. No soy un mal tipo”. He aquí las últimas palabras de George Floyd, el ciudadano negro norteamericano que pereció asfixiado bajo la rodilla del policía blanco Derek Chauvin. Cabe preguntarse si en esos momentos finales se dirigía a su verdugo o a sí mismo. Si a sí mismo, como me atrevo a conjeturar, llevó a cabo un examen de conciencia rápido. El que podríamos realizar cada uno de nosotros sometidos a la presión adecuada. A veces imagino que llega de repente el Juicio Final, con toda su trompetería, y que Dios me pone la rodilla en el cuello y me pregunta, apretando sin ninguna piedad, cómo me he portado. Comparado contigo, le diría, no he sido un mal tipo.
Es fuerte decirle eso a Dios. Conociéndolo, lo mismo aumentaba la presión de la rodilla, como hacía el poli blanco cuando escuchaba las súplicas del contribuyente negro. Pienso mucho en esos 8 minutos y 46 segundos de violencia extrema, de agonía. La rodilla aguantó porque era la rodilla del sistema, la rodilla de Dios en cierto modo, aunque perteneciera a un individuo concreto. De ahí su crueldad. El sistema no escucha, lo hemos visto en la facilidad con la que se dispara a los negros o se ignora a los pobres. Su rodilla se materializa de vez en cuando para darnos la oportunidad de escandalizarnos y de fingir que se hace justicia, pero está siempre ahí, invisible, como la mano del mercado (quizá sean la misma cosa), sobre el cuello de alguien, normalmente, sobre el cuello de las clases más desfavorecidas.
¿Quién, en sus últimos instantes, se preguntaría si ha sido un buen tipo? Sólo alguien ingenuo, muy ingenuo. Sólo alguien que todavía creyera en la salvación. Sólo los desheredados de la tierra creen todavía en la bondad.
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