_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Superjueves

El ocio, el consumo y la cuota de Netflix son los nuevos opios del pueblo. Con razón expulsó Jesús a los mercaderes del templo

Luz Sánchez-Mellado
Visitantes, compradores, consumidores: ocio en un centro comercial.
Visitantes, compradores, consumidores: ocio en un centro comercial.Alberto Valdés (EFE)

De cría, intensa y concernida como es una desde el útero, las procesiones me producían una mezcla de miedo, vergüenza y anhelo. Llevada a la fuerza de la costumbre por mis padres —ella, beata; él, ateo—, iba una ya crecidita a ver los pasos como quien iba al matadero. Qué yuyu. Esa música de fin del mundo. Ese silencio de entierro. Ese arrastrar de cadenas. Esos ojos alucinados de los nazarenos bajo el capirote. Esos suspiros de las manolas con el rímel corrido por las lágrimas y el crucifijo botando sobre la pechuga puesta en bandeja. Ese aroma de cera, incienso y gladiolos ornando los palios de vírgenes y santos me provocaba, no sé, una congoja en el pecho, una calentura en el bajo vientre y unas ganas locas de salir corriendo de allí aún no sabía adónde. Daba igual. Esos días no se salía. Jesús estaba muerto; España, de luto, y, después del atracón de potaje de vigilia y bacalao con tomate, nos tragábamos el tostonazo del péplum de la tele tirados toda la santísima tarde en el tresillo mientras oíamos cómo las torrijas se nos sedimentaban en las caderas para los restos. Qué feliz era sin saberlo.

Más información
Arranca en el Vaticano una Semana Santa a puerta cerrada

He tenido que pasar décadas de pasiones, traiciones, caídas del caballo, y viacrucis de todos los colores para apreciar esa hondura, esa belleza, esa celebración de la vida a través de la muerte de un barbudo idealista hace 2000 años que es la Semana Santa. Sigo atea, no obstante, o no tanto. Hoy, Jueves Santo, confinada sin playa ni palios por un virus microscópico, haré mi propia estación de penitencia. Como es el primero del mes, hoy es Superjueves en el outlet donde me agencio los pingos y está todo al 70%. Máximo respeto para quienes estos días son sagrados. ¿Quién es una para juzgar al prójimo cuando se consuela poniéndole velas a San Amancio Ortega? El ocio, el consumo y la cuota de Netflix son los nuevos opios del pueblo. Con razón expulsó Jesús a los mercaderes del templo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_