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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sangre en Myanmar

La junta militar golpista está conduciendo al país al borde de una guerra civil

El País
Un manifestante tras una barricada formada en las protestas en Yangon (Myanmar), este sábado.
Un manifestante tras una barricada formada en las protestas en Yangon (Myanmar), este sábado.STRINGER (Reuters)
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Más de 110 muertos en las protestas de Myanmar después de que los militares amenazaran con disparar a la cabeza

Hoy se cumplen en Myanmar dos meses del golpe de Estado que ha llevado al poder de nuevo a una junta militar. El Ejército se había comprometido a tener formado para estas fechas un nuevo Gobierno. En su lugar, la antigua Birmania se desliza peligrosamente hacia una guerra civil. Lejos del orden y la democracia que su nuevo hombre fuerte, Min Aung Hlaing, promete defender, la espiral de violencia cada vez más grave ya acumula más de 500 muertos por los disparos de la policía y las fuerzas armadas contra manifestantes que protestan contra la nueva dictadura. El fin de semana se vivió el día más sangriento, con 114 víctimas mortales. Miles de personas huyen hacia la frontera con Tailandia o la India.

La situación amenaza con complicarse. Este fin de semana, el Ejército lanzó un ataque aéreo contra aldeas de la minoría karen, en la frontera. Numerosas embajadas extranjeras han pedido a sus ciudadanos que abandonen el país lo antes posible. La oposición política carece de un plan o de opciones claras. Al menos tres de las guerrillas más antiguas, entre las docenas asentadas en Myanmar, han advertido que se pondrán del lado de los ciudadanos para combatir si los militares continúan el baño de sangre. El autodenominado Gobierno civil constituido por un grupo de diputados electos ha aplaudido la decisión, después de haber llamado a las milicias étnicas a “unir fuerzas” contra la junta golpista.

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Pese a la brutalidad del Tatmadaw, el ejército birmano, los manifestantes continúan su resistencia. Las protestas siguen llenando las calles; la población se mantiene unida en su oposición a la dictadura. Los jóvenes, tras haber probado la libertad, no quieren perderla.

En el exterior comienzan a adoptarse iniciativas para golpear a los militares en sus intereses. A las sanciones que ha impuesto Estados Unidos contra los poderosos conglomerados del Ejército, que controlan buena parte de la economía nacional, se ha sumado Japón, que ha suspendido la entrega de nuevas ayudas mientras continúe la junta en el poder. Otras firmas internacionales han cancelado sus operaciones en la antigua Birmania. El Reino Unido también ha recortado, al menos parcialmente, sus negocios con los intereses militares.

Pero la Unión Europea aún no ha dado pasos significativos, más allá de condenas simbólicas. Debe dar pasos concretos. Sus empresas, asegurarse de que no acometen negocios que puedan beneficiar a la junta. Y todos los países, presionar a los vecinos de Myanmar para que no repatríen a los refugiados que busquen asilo en ellos. Los ciudadanos de la antigua Birmania arriesgan la vida en su resistencia. Merecen, y necesitan, el apoyo internacional.

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