La lección para la UE de un año de covid: ‘Just do it’
Para salir reforzada tras la pandemia, la Unión Europea debe dedicar toda su energía en los próximos tres años a la ejecución de sus políticas, no a la introspección onanista
El 9 de marzo se cumplió un año desde que nos enteramos, asombrados, de que Italia había ordenado el confinamiento domiciliario en todo el país para contener un virus nuevo y extraño que, al parecer, nos había llegado desde un lugar de China. Un par de semanas después, España, Francia y el Reino Unido habían seguido su ejemplo. Y aquí estamos, un año más tarde, todavía en estado de emergencia.
Trabajamos en casa y vivimos en internet. Nuestros hijos se han convertido en babyzoomers. “¡Tienes el micrófono apagado!” es la frase más frecuente de nuestros días. Las mascarillas y el distanciamiento parecen cosas ya casi normales. Nuestras lenguas han adquirido una nueva carga viral de imágenes: “segunda ola”, “aplanar la curva”, “inmunidad de grupo”, “la variante británica”. Los demógrafos estudiarán los efectos a largo plazo de este año de covid durante un siglo. Algunos hablan ya de Generación C.
Ha habido otros momentos de experiencia europea compartida, como el 68 o el fin de la Guerra Fría, pero, para encontrar otro instante que tuviera una repercusión tan personal en tantos europeos al mismo tiempo debemos remontarnos a la II Guerra Mundial. ¿Cuándo, desde 1945, hemos sido tan conscientes de que nuestros actos individuales y los de nuestros gobiernos pueden determinar directamente si nosotros y nuestros seres queridos vamos a vivir o morir? Y en esta ocasión, los europeos no luchamos entre nosotros, sino contra un enemigo común: un virus diabólico y mutante, un Hitler en el torrente sanguíneo, un Stalin en los pulmones.
La amenaza externa común debería habernos unido a todos. ¿Ha sido así? ¿Y qué ocurrirá cuando la solidaridad inmediata se desvanezca y se vean con claridad las diferentes consecuencias a largo plazo? ¿La Unión Europea saldrá reforzada o debilitada? La respuesta no está en las estrellas, sino en nosotros.
Hasta ahora, la respuesta de la UE a la covid ha sumado un gran éxito y un gran fracaso. El éxito es el acuerdo alcanzado el verano pasado sobre un presupuesto para siete años y un fondo europeo de recuperación (denominado Next Generation EU) que, en total, suman más de 1,8 billones de euros. El fondo, que introduce la mutualización de la deuda, es el mayor avance hacia la integración económica desde la creación del euro. Ofrece la posibilidad de que la UE ayude a todos los Estados miembros a recuperar su economía y “reconstruirse mejor”.
El gran fracaso ha sido el intento de demostrar que la UE era la única capaz de suministrar vacunas deprisa y de forma equitativa a todos los Estados miembros. El ministro de Finanzas alemán ha descrito con elegancia la actuación de la Comisión Europea en la adquisición de vacunas: “Una auténtica mierda”. El principal diario sensacionalista de Alemania, Bild, deleitó a los partidarios del Brexit con un titular de portada que decía a los británicos: “Os envidiamos”. (The Sun respondió “Nosotros no os envidiamos… el caos de las vacunas en la UE”). Ahora, Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa se han ido a comprar vacunas a China y Rusia, mientras que Austria y Dinamarca se han asociado con Israel.
Este es un fracaso personal de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y de la comisaria y el departamento correspondientes. La Comisión Europea ha actuado con torpeza porque no tiene la competencia necesaria, en los dos sentidos de la palabra. La sanidad pública es, en gran medida, una competencia nacional, en el sentido de la autoridad legal; como consecuencia, las instituciones de la UE no poseen la competencia necesaria, en el sentido de la capacidad y la experiencia para desempeñar bien la tarea.
Además, esto fue no entender desde el principio lo que la UE hace bien. Su mayor cualidad es lo que el profesor estadounidense Andrew Moravcsik llama “la política gradual y tecnocrática”, una expresión cuya palabra fundamental es “gradual”. Como la UE es tan complicada —debe tener en cuenta las opiniones de 27 gobiernos nacionales, tres instituciones distintas en Bruselas y varios grupos políticos europeos—, su lentitud es inevitable. Y su aparato administrativo, más bien pequeño, es desmesuradamente burocrático. Sin embargo, lo que hacía falta ahora era rapidez, una voluntad de asumir riesgos y de dar más importancia a las vidas que a la burocracia. Bruselas habría hecho mejor en adoptar un papel más modesto y facilitador, ayudar a los Estados más pequeños y más pobres que, de no ser así, habrían estado en desventaja en la lucha por unas vacunas escasas.
¿Cuál es la lección más importante de todo esto? Durante los próximos tres años, la UE debe centrar toda su atención en la ejecución de las políticas. Una encuesta de opinión reciente llevada a cabo en toda la UE para mi equipo de investigación en Oxford destaca la misma conclusión a la que han llegado otros analistas: que la legitimidad de la UE deriva más de lo que ejecuta que del proceso político e institucional para llegar hasta ahí. Por ejemplo, aunque una gran mayoría de los encuestados dice que es importante que haya un Parlamento Europeo, nada menos que el 59% está de acuerdo con la afirmación de que “mientras la UE ejecute políticas eficaces, la presencia o ausencia del Parlamento Europeo tiene una importancia secundaria”. La ejecución es lo importante.
Lo que menos necesita la UE en estos momentos es una orgía onanista de introspección como la propuesta Conferencia sobre el Futuro de Europa, actualmente empantanada por las típicas luchas entre instituciones. Si a los dirigentes europeos les preocupa verdaderamente el futuro de la Unión, que empiecen por abandonar la idea de la Conferencia y se dediquen a lo que la UE puede hacer verdaderamente por sus ciudadanos.
El siguiente paso es el llamado Pase Verde Digital, o pasaporte sanitario, que permitirá a los europeos que hayan sido vacunados volver a viajar por todo el continente. La libertad de circulación es lo que más valoran los ciudadanos de la UE. En nuestra última encuesta, nada menos que el 74% se mostró de acuerdo con la afirmación de que “si no ofreciera la posibilidad de viajar, trabajar, estudiar y vivir en otros Estados miembros, la UE no merecería la pena”. La libertad de circulación es lo que más hemos echado de menos en este año de confinamiento. Devolverla sin complicaciones sería un triunfo importante para la UE.
Por otra parte está la gigantesca tarea de garantizar que los 750.000 millones de euros del fondo de recuperación se empleen con rapidez y eficacia, sin exceso de trámites pero también sin prácticas corruptas, de maneras realmente beneficiosas para los europeos. Ese dinero debe contribuir a crear nuevos puestos y oportunidades de empleo cuando pase la covid. Una parte importante tiene que dedicarse a proyectos auténticamente verdes, no solo maquillados. No se puede permitir que la deuda pública hoy disparada, sobre todo en el sur de Europa, acabe provocando otra crisis de la deuda soberana en la eurozona.
Desde el punto de vista político, la prueba de fuego será ver si los partidos europeístas dominan, además de en las elecciones holandesas y alemanas de este año y las presidenciales francesas del año que viene, posteriormente en Italia, España y Polonia y, en 2024, en las elecciones al Parlamento Europeo.
En resumen, la UE se enfrenta a una de las situaciones más complicadas de su historia. En lugar de desperdiciar el tiempo mirándose el ombligo en una Conferencia sobre el Futuro de Europa, los líderes europeos deben adoptar el eslogan de Nike e imprimirlo en todos los despachos de Bruselas: Just Do It.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e Investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Recientemente se publicó en varios idiomas una nueva edición de La linterna mágica, su testimonio presencial de las revoluciones de 1989. @fromTGA
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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