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Columna
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Sálvese quien pueda

Es tan abusivo colocarse el primero cuando deberías estar trabajando para velar por la salud de aquellos que confiaron en ti para mejorar sus vidas, que es inevitable sentir una vergüenza delegada

Elvira Lindo
Margarita Robles ha pedido explicaciones al jefe de la cúpula militar por ser de los primeros en vacunarse.
Margarita Robles ha pedido explicaciones al jefe de la cúpula militar por ser de los primeros en vacunarse.EDUARDO PARRA / EUROPA PRESS

Honestamente, este último giro cañí de las vacunas de estraperlo no me lo esperaba. Me daba por satisfecha con la nota de color que el máster de Cifuentes le daba a una semana funesta. Sea como sea, es asombrosa la manera en que los escándalos colean en España. Dos años después de una mentira que de haber sido reconocida por su perpetradora habría pasado ya al olvido, seguimos escuchando sus pobres justificaciones. De hecho, ya podríamos nosotros sacarnos un máster en el caso Cifuentes. Trump convirtió a EE UU en el paraíso de la posverdad, pero yo recuerdo un tiempo en que sus ciudadanos se jactaban de ir con ella, la verdad, por delante. A mis 29 años, estos oídos míos escucharon en la Universidad de Virginia que los estudiantes que iniciaban allí su carrera hacían una promesa de no copiar. Como joven española, lanzada al mundo en la marrullería de los ochenta, no daba crédito, porque quien más quien menos había flirteado con el submundo de la chuleta, de esa divina chuleta, tan primorosa, que acababa por fijar la lección en la memoria de estudiantes tramposos. Pero pasan los años, te abres al mundo, aprendes a valorar la honestidad en los demás, la exiges en ti, y a pesar de la tendencia endémica de nuestro país a la corrupción, comprendes que la verdad produce sosiego y que de la mentira se sale más airosamente rindiéndose a la evidencia y confesando los hechos de una puñetera vez, como hacen los políticos alemanes cuando los pillan en un renuncio. Porque en cualquier país se miente, no es patrimonio español, pero de la picaresca heredamos este sostener la mentira y no enmendarla.

Pensaba yo que con este episodio que arrojaba la marea del mundo prepandémico cumplíamos esta semana con esa sección de corruptelas, más o menos sonrojantes, de la que la actualidad española no puede desprenderse. Pero, de pronto, entre palabras de sanitarios alarmados, que nos avisan con prudencia, pero insisten en que sus fuerzas están al límite, entre las imágenes de plantas saturadas, de enfermos que han de esperar sentados para descansar en una cama, de un número creciente de muertes que parece que hemos naturalizado como si fuera una consecuencia irremediable que debiéramos asumir sin pedir cuentas ni rendirlas; inmersos como estamos en una realidad que nos aboca al pesimismo colectivo por nuevas cepas de un virus que amenaza con transformarse en más letal; descorazonados desde el principio de esta pesadilla por cómo se puede llegar a politizar la muerte y la salud, así, tal y como estamos ahora, vamos enterándonos, atónitos, de que hay representantes públicos, alcaldes, consejeros de Sanidad, responsables hospitalarios y puede que también miembros de una cúpula que se supone ha jurado dar la vida por España, que se adelantan a los vulnerables, a los inocentes, a los trabajadores esenciales, a los viejos y a sus cuidadores, a tantos sanitarios que aún no han recibido su dosis de protección, y aprovechándose de su situación de privilegio son los primeros en abandonar este barco en el que los demás nos quedamos, esperando nuestro turno para ser rescatados.

Es infame. Es infame racanear la dimisión. Infame asegurar que te han obligado tus asesores, que si por ti fuera ni te vacunarías. Denota un nulo conocimiento de lo que exige el servicio público; es tan inaceptable robar una dosis a otro que la necesita más que tú, tan abusivo colocarse el primero cuando deberías estar trabajando para velar por la salud de aquellos que confiaron en ti para mejorar sus vidas, que es inevitable sentir una vergüenza delegada. Hay algo que delata una profunda falta de cultura, no de la que se adquiere con dudosos másteres para engordar el dichoso currículum, ni de esa falsa respetabilidad que concede que se dirijan a alguien por el cargo, consejero, alcaldesa, diputado, una deferencia excesiva que chirría porque engorda la vanidad de muchos que no se merecen ser considerados servidores públicos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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