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Columna
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La imprenta de Correa

La libertad de prensa no es la voluntad del dueño del medio de comunicación, pero tampoco la de gobernantes que pretenden imponer la suya

Juan Jesús Aznárez
l expresidente ecuatoriano, Rafael Correa Revolución Ciudadana
El expresidente ecuatoriano, Rafael Correa, delante del edificio de la Comisión Europea.

Las restricciones al derecho a la información cuadraban con la lógica militar del teniente coronel Hugo Chávez, golpista contra una democracia descompuesta, precursor del ecuatoriano Rafael Correa, que revoluciona contra los grandes medios de comunicación argumentando que desde que se inventó la imprenta la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta. Máster en Lovaina, doctor en Illinois y rasputín del candidato puntero en las elecciones de febrero, el expresidente arenga contra las oligarquías periodísticas latinoamericanas que atemorizan y condenan a quienes cuestionan su infalibilidad: esos oligarcas regentan medios como hubieran podido regentar casinos o burdeles porque su afán es el lucro. Al desplomarse la rentabilidad de la prensa, quieren poder. Palabra de dios.

Correa es un bolivariano con labia y estudios, lazarillo ideológico del joven economista Andrés Arauz, a quien ha persuadido de que el gran desafío de la humanidad es afrontar el poder de los poderes, el mediático, que roba democracias, perpetúa iniquidades, y convencernos de que criticar negocios es criticar la libertad de expresión. Como no hay empresarios comprometidos con la verdad, la solución son los medios públicos supervisados por gente que piense como nosotros, Andrés. La sociedad consumirá información plural y veraz y haremos justicia; la prensa privada se avendrá a razones, por la cuenta que le trae, y habrá que soportar las redes sociales.

El exgobernante no yerra en algunos juicios, aunque el remedio de la regulación de contenidos y el amedrentamiento de empresas y profesionales sea peor que la enfermedad, porque la plena vigencia del derecho a la información es esencial en las democracias subdesarrolladas, necesitadas de vigilancia extra contra populistas y capataces neoliberales. Aunque el guía de Arauz acierta cuando alude a consorcios que se adueñaron de la opinión pública, alentaron golpes, desestabilizaron Administraciones y redactaron agendas, la persecución de las voces discrepantes desencadenó la polarización y la vendetta durante el Gobierno de Lenín Moreno.

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Condenado en ausencia por corrupción, el azote de los medios de comunicación contrarios al intervencionismo y ficciones del socialismo del siglo XXI adoctrina desde su exilio en Bélgica, en la confianza de que facilitará su regreso si gana. Vamos a recuperar la patria, compañeros. Ojalá lo consigan suponiendo que se hubiera perdido. La mejor manera no es reprimir las líneas editoriales críticas, sino promover el ejercicio activo de ciudadanía, recomendando a su exministro de Talento Humano que facilite el flujo de información sin adjetivos y no obstaculice el periodismo de investigación, fundamental para que nadie comulgue con ruedas de molino. La libertad de prensa no es la voluntad del dueño de la imprenta, pero tampoco la de gobernantes que pretenden imponer la suya.

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