Los brotes verdes del consenso
Los republicanos quieren salvar su alma sin necesidad de pagar el precio por sus errores, pero ahora les toca purgar sus culpas
Se percibe en el aire del Capitolio, apenas a una semana del asalto por las hordas trumpistas. No se sabe si es un efímero microclima o un cambio de atmósfera que alcanzará a todo el planeta. La prudencia aconseja pensar en lo primero, para evitar las expectativas falsas y luego el desengaño. Pero pudiera ser lo segundo, el aleteo de la mariposa en el epicentro donde se forman los meteoros que luego alcanzan a todos.
Por primera vez en años ha regresado el voto llamado bipartidista y, aunque la cosecha ha sido todavía escasa —solo 10 republicanos se han sumado a la entera mayoría demócrata en favor de destituir a Trump por incitación a la insurrección—, los argumentos de quienes todavía han preferido votar en contra ya pertenecen al territorio del consenso. El jefe del grupo republicano, Kevin McCarthy, ha reconocido que pesa sobre Trump la responsabilidad de azuzar a la muchedumbre contra los congresistas para que no certificaran la victoria de Biden, pero considera que una medida a su parecer tan severa contribuye a la división y dificulta el consenso.
Viviendo de quienes han fomentado la división y roto todos los consensos desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca en 2008 hasta anteayer mismo, el argumento pudiera provocar la hilaridad, pero no deja de ser el reconocimiento de una derrota y el inicio de rectificación del voto infame del 6 de enero contra la certificación electoral de 147 republicanos, el propio McCarthy entre ellos. Tarde y mal, sospechoso por hipócrita y oportunista. Para no fiarse.
Hay otras excusas patrióticas en favor de la manga ancha a la hora de castigar al presidente sedicioso, que están haciendo mella incluso en las filas demócratas: la nueva Administración debe concentrarse en el combate contra la covid-19 y para ello debe acelerar los nombramientos que exigen el visto bueno del Senado. No es cuestión de entretener a los senadores cuando están en juego las vidas de millones de ciudadanos.
Quien vulneró la ley, estando obligado a guardarla, no puede eludir el merecido castigo con el que se restaura la república mancillada por la amenaza despótica de una monarquía. Habrá que atender las llamadas a la reconciliación y a la convivencia, pero serán inútiles si el delito queda sin castigo. Las ansias de consenso brotan en el sembrado de los perdedores. Los republicanos quieren salvar su alma sin pagar el precio por sus errores. Les toca antes arrepentirse y purgar sus culpas.
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