Drama pijo
Voy a devolver el abrigo que compré en las rebajas. A cambio, voy a pillar pico, pala, rastrillo y botas de pinchos para cuando vuelva a nevar a lo bestia y, de paso, algo de sesera para ir tirando día a día
El 7 de enero, Santas Rebajas de Invierno, me fui de tiendas a ver qué regalaban. Nada: lo de siempre. Pingos de otros años al 30%, y los de este al mismo precio que la víspera y un cartel de “nueva temporada” de engañabobas. Total, que me cabreé y me fui de vacío, pero, ya en casa, no sé, como que me faltaba algo, y compré en línea un abrigo a mitad de precio para añadir a las dos docenas que me revientan los roperos. Era berenjena, rollo Soviet Supremo, divino, y era un crimen no pillarlo. Se suponía que llegaba al día siguiente, pero ese día cayó la nevada del siglo y se me olvidaron las rebajas, el abrigo y mi adicción a las compras. Me sobraba todo y me faltaba lo que no tenía, ni modo de conseguirlo: pico, pala, rastrillo, botas de nieve, pan, leche, huevos, esas cosas que das por supuestas. En estas, y mientras una se debatía entre la pena por los niños sin luz de la Cañada Real y la euforia de hacer ángeles en la nieve para subir ambas fotos a Twitter, mis vecinos sacaron pertrechos y víveres y los pusieron a disposición de inútiles como la que firma. Aún me duele el alma de agradecimiento, el lomo de picar hielo y el amor propio de ver lo poco que somos para tanto que nos creemos si vienen mal dadas.
El abrigo me llegó el martes a primera hora, gracias. Ni me acordaba de tal cosa. Se me caía la jeta de vergüenza al darle 20 pavos de propina al chaval que se jugaba el tipo patinando kilómetros en furgoneta y bailando 200 metros sobre hielo para servirle su chorrada a una pija harta de pan y wifi que, aún hoy, sigue acobardadita al no poder coger el coche y tener que ir a pie a los sitios. Voy a devolverlo. El abrigo, digo. No es berenjena, berenjena, sino lombarda, y no me va con nada. A cambio, voy a pillar pico, pala, rastrillo y botas de pinchos para cuando vuelva a nevar a lo bestia, en 50 años, y, de paso, algo de sesera para ir tirando día a día, aunque creo que esta última está descatalogadísima.
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