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Columna
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No hace falta morir por la patria

La controversia sobre arengas y alegorías indígenas en los uniformes no es fanfarria

El presidente de Bolivia, Luis Arce, durante el nombramiento de la nueva cúpula militar, en noviembre.
El presidente de Bolivia, Luis Arce, durante el nombramiento de la nueva cúpula militar, en noviembre.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Juan Jesús Aznárez

El debate en torno a los símbolos no es festivo ni intrascendente en Bolivia, sino ideológico, privativo de un país sobrecargado por su heterogeneidad étnica, las secuelas del colonialismo y las castas encomenderas y la integración de los pueblos indios en el bienestar y la globalización. El presidente, Luis Arce, capitán general de las Fuerzas Armadas, deberá decidir si irrita a una parte del alto mando manteniendo la arenga “Patria o muerte. ¡Venceremos!” o recupera el grito acuñado antes de la guerra del Chaco, “Subordinación y constancia. ¡Viva Bolivia!”, archivado por Evo Morales en beneficio de la consigna cubana. Su sucesor acertará si enfría el debate, promueve la justicia social y aguanta el atosigamiento y propensión al mesianismo de Morales. El gobernante parece haber aparcado la proclama inmortalizada por Fidel Castro. La controversia sobre arengas y alegorías indígenas en los uniformes no es fanfarria, por cuanto lo ritual tiene relevancia política en el Altiplano, cuyos cuerpos de seguridad se distanciaron del presidente aimara cuando aceleró hacia el absolutismo y la imposición ideológica. No fue accidental que las Fuerzas Armadas fueran el centro de gravedad del golpe sui generis que le defenestró.

La defensa nacional, la seguridad interna y el orden público son compartimentos estancos en Argentina, Chile y Uruguay, pero en la mayoría de las democracias latinoamericanas la milicia disfruta de una elasticidad funcional que permite su despliegue en operaciones de naturaleza policial y represiva, incompatibles con la preparación de la tropa y la protección de los derechos humanos. Precario su encaje en los textos fundamentales, las bayonetas sostienen democracias que dejaron de serlo, Venezuela y Nicaragua, y se reacomodan en Bolivia.

Arce relevó a la jefatura anterior. Era previsible. Pero, aunque quisiera, no podría acometer una depuración tan profunda como la de Hugo Chávez tras el golpe de 2002. Las purgas alumbraron la solución: el centurión Vladimir Padrino, juramentado contra el acceso de la oposición venezolana al poder político. Morales no encontró el sosias andino porque Venezuela no es Bolivia, con sindicatos y movimientos ciudadanos organizados y beligerantes.

En su libro Bolivia: militares y policías. Fuego cruzado en democracia, el oficial retirado Juan Ramón Quintana, ministro con Morales, escribió que el recurrente empleo de las Fuerzas Armadas en el control de conflictos sociales introdujo pautas ideológicas regresivas. La Escuela de Comando Antiimperialista General Torres fue creada para empotrar pautas anticapitalistas, contrarrestando el adoctrinamiento del Pentágono y la CIA en la Escuela de las Américas: el anacrónico bucle. Mejor sería confinar a los militares en sus deberes constitucionales y, mucho mejor, abrir escuelas y dispensarios, sin patrioterismos ni invocaciones a la parca.

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