Perdedor sin consuelo
Derrotado en las urnas, la venganza de Trump se cierne sobre los auténticos perdedores, a los que dedica los últimos días de su presidencia
Solo hallará consuelo en la venganza. Si es posible, antes de salir humillado de la Casa Blanca. Y si no, más tarde, en las siguientes elecciones. Las de mitad de mandato, como general al mando del partido republicano, y luego las presidenciales de 2024. Un día volveré, se dice a sí mismo. Sea él en persona, a sus 78 años como Biden, o quizás dinásticamente y más fácil, su hija Ivanka, esposa de Jared Kushner, pero una Trump al fin y al cabo.
¿Qué hacer mientras tanto con la bilis de la derrota? Esa palabra, perdedor, loser, le hace esos días y noches insoportables. ¿Qué puede hacer con tan amargo sabor en la boca quien se creía vencedor designado para siempre? Escupirla sobre otros perdedores, los auténticos, los de siempre, los que ya lo han perdido todo.
Trump ha autorizado 13 ejecuciones federales, entre julio pasado, y el 20 de enero, cuando Biden entrará en la Casa Blanca. En los últimos 130 años ningún presidente había autorizado tantas en un solo mandato. Nunca se había autorizado tampoco la aplicación de la pena capital por delitos federales en el periodo de transición presidencial.
Perdedores son también los infectados y muertos de la pandemia, en la que el liderazgo mundial de Estados Unidos está certificado: más de 300.000 fallecidos, más de 16 millones de contagiados. Trump y sus allegados infectados, Rudy Giuliani entre los más destacados, han recibido un tratamiento especial con anticuerpos que está fuera del alcance del común de los ciudadanos, los perdedores. Es el lujo del vencedor designado: puede prescindir de la mascarilla y de la distancia social, recomendar la apertura de la economía y de los negocios y negar incluso la existencia del virus. Sabe que dispone del trato especial que reserva el sistema de salud para la casta de los vencedores natos.
No están tan solo en casa los perdedores. También los hay en Palestina y en el Sáhara. Nada más barato que disponer de la legalidad internacional y de los derechos de los refugiados y expoliados para contentar a los amigos. Trump ha ido regalando a Israel todas las bazas de negociación de los palestinos hasta apurar los últimos días de su presidencia: la capitalidad de Jerusalén, la soberanía sobre el Golán y las colonias de Cisjordania y el reconocimiento de cuatro países árabes más. Y a Marruecos, la soberanía sobre el Sáhara. Poco queda para negociar entre los poderosos amigos de Trump y los desposeídos, los perdedores designados. Poco podrán decir ahora Naciones Unidas y Biden.
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