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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Deuda generacional

La gravísima situación de los más jóvenes exige un pacto que les ofrezca expectativas dignas

Dos jóvenes pasan ante una oficina de empleo, en Madrid.
Dos jóvenes pasan ante una oficina de empleo, en Madrid.Rodrigo Jiménez (EFE)

A pesar de que la crisis del coronavirus afecta de forma transversal a la población, sacude con especial virulencia a dos colectivos vulnerables. En términos sanitarios, son los ancianos. Pero en términos sociales, la mirada debe fijarse especialmente en quienes tienen entre 20 y 35 años. Como evidencia un reportaje que publica hoy domingo este periódico, ese grupo representa la generación de la doble crisis: muchos de ellos ya sufrieron el impacto de la Gran Recesión hace 10 años, y otra vez un tsunami socioeconómico se abate sobre sus anhelos. El panorama es desolador: niveles de paro terribles, un sistema educativo con serias deficiencias, un mercado de la vivienda hostil y un Estado que acumula una deuda que pesa sobre sus hombros. Esta situación es inaceptable en sí misma, y alarmante porque rompe uno de los motores del vínculo afectivo con la democracia: el ascenso social, el bienestar y las expectativas. Llamativamente, este escenario tan grave no ocupa un lugar prominente en la agenda política. Debería.

Las cifras sangrantes del paro nos dicen que 4 de cada 10 jóvenes se encuentran en esta situación. Aquellos que sí tienen empleo se hallan a menudo atrapados en una rueda de contratos basura que rompe de raíz el ciclo vital y suelen ganar sueldos muy bajos. Por primera vez en décadas, una generación avanza con la perspectiva de vivir peor que las anteriores. La promesa de la democracia se quiebra cuando se niega la prosperidad social.

Se sabe que la problemática de la generación de la Doble Crisis es integral, que afecta a aspectos como el acceso a la vivienda, con un porcentaje de jóvenes de 20 a 29 años que vive aún con sus padres y a los que se les niega el derecho a emanciparse, hasta la educación, con una tasa récord en abandono y repetición escolar dentro de la Unión Europea, que dificulta aún más obtener un empleo y, de nuevo, la misma idea de tener futuro. Pero también a las políticas de conciliación familiar, que siguen obligando a las mujeres a elegir entre el trabajo y el cuidado, y que provoca un impacto trágico en los niveles de natalidad. Esta situación de vulnerabilidad múltiple hace aún más inexplicable que apenas se haya planteado durante la crisis del coronavirus la idea de un nuevo pacto entre generaciones. Ahora que es posible hacer un balance de la pandemia, no podemos dejar que este problema vuelva a escaparse del foco de la atención pública. La sociedad tiene la obligación moral de ofrecer dignas expectativas de futuro a cada una de las generaciones. Pero, además, es esta una inversión estratégica. Acompañar el vuelo de los jóvenes es un seguro de vida para el conjunto de la ciudadanía. Su avance es la fuerza motriz del futuro. No podemos fallarles. Por ellos. Y por todos nosotros.

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