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Columna
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Jefa, jefa

Ayuso amenaza con convertir una fuerza conservadora y reformista como el PP en una acción revolucionaria. ¿Lo sabe Casado?

Jorge M. Reverte
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este jueves en la Asamblea de Madrid (España).
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este jueves en la Asamblea de Madrid (España).Óscar Cañas (Europa Press)

Todavía resuenan en Covadonga, el falsificado corazón de la historia asturiana, los ecos del gran momento de José María Gil Robles que sirvieron de prólogo a los salvajes enfrentamientos de 1934, sobre todo en las cuencas mineras. Una multitud de gente, autoidentificada con la derecha más intolerante, se agolpó al grito unánime de “jefe, jefe” en torno a su líder, que desgranó para ellos un discurso de odio de clase bien desmedido, provocativamente desmedido.

No eran tiempos aptos para la comprensión. Más bien estaba este país envuelto en una repugnante versión de la demagogia populista basada en una previa relajación de los verbos. Eso sí, los verbos de cada uno habían sido precedidos por algunas acciones.

No estamos, por suerte, en ese punto. De modo que nadie parece haberse tomado muy en serio la amenaza de ese grupo de animales en la reserva que hablan de fusilar a la friolera de 26 millones de españoles, se supone que previamente maniatados no sea que alguno ofreciera resistencia. Hitler habría pagado lo que fuera por tener unos voluntarios así para su Holocausto.

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En el PP hay alguna preocupación, con razón, por la deriva que los gilroblistas de hoy puedan tomar tras lo que ha ido sucediendo en España en estos últimos meses.

Y las preocupaciones se centran en Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que articula su simple discurso en torno a conceptos elementales como el de la Corona, con un accidentalismo apenas naciente pero bien apoyado por la redundante golfería del emérito; una creciente preocupación por la unidad de España, bien apoyada en la aventurera idea sanchista de conseguir la colaboración de los independentistas a la gobernabilidad del país; y un movimiento de masas, aún poco articulado, que reúne ingredientes tan variados como la defensa de la Constitución antes tan denostada, y las múltiples y vigorosas presencias filonazis en banderas y discursos.

No es un consuelo para Pablo Casado y su entorno la consideración de Ayuso como una mujer casi analfabeta, porque Hitler lo era. La cuestión está en si MAR, Miguel Ángel Rodríguez, será capaz de domeñar a la hasta ahora indomable presidenta, que basa, con razón, su éxito en su capacidad de hacer de sus salidas extemporáneas una marca de la casa imposible de gobernar por otros.

Ayuso amenaza con convertir una fuerza conservadora y reformista como el PP en una acción revolucionaria.

¿Lo sabe Casado?

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