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Columna
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Salvadores

Desde extremos distintos la derecha polaca y la izquierda venezolana dicen rescatar vidas, almas, pueblos

Jorge Galindo
Mural en Caracas en el que Hugo Chávez  saluda al presidente Nicolás Maduro.
Mural en Caracas en el que Hugo Chávez saluda al presidente Nicolás Maduro.FEDERICO PARRA (AFP)

“Padre de los pobres, ven, luz de los corazones, fuente de todo consuelo”. La serendipia ha querido que oiga una misa mañanera pandémica (al aire libre, con altavoz: la Palabra te llega quieras o no) mientras leía noticias sobre las recientes elecciones venezolanas. Y claro, el paralelismo entre la oda al Mesías y la manera en que se enmarcan a sí mismos los movimientos por la salvación del pueblo se vuelve, una vez más, inevitable.

“Los pobres han sido los sujetos más utilizados en la historia de América y del mundo”, le dijo hace poco el historiador venezolano Agustín Blanco Muñoz a la BBC con motivo del vigésimo aniversario del ascenso de Chávez al poder. El entrevistador le ponía ante la idea, extendida, de que Hugo fue el primer político que pensó en los pobres en el país. Una noción que, al parecer, compró Rafael Caldera. Candidato centrista a la presidencia de Venezuela en 1993, dio su apoyo a un Chávez encarcelado tras el fallido intento de golpe de 1992. Lo liberó al vencer bajo el argumento de que lo sucedido se explicaba precisamente por la “necesidad de enfrentar la situación de hambre y miseria en Venezuela” (de nuevo Agustín Blanco).

El chavismo aparecía así como necesario e inevitable al mismo tiempo: esa es la aspiración de cualquier proyecto de salvación. Se apalanca en una necesidad evidente, innegable, y la transforma en justificación. En ello, busca alianzas entre los moderados. Apela a su responsabilidad, a sus miedos o a sus ambiciones. Anne Applebaum ha retratado como nadie este proceso: cómo, mientras ascendía la derecha autoritaria en Polonia, iba sorprendiéndose al comprobar quiénes entre sus otrora amigos, liberales o conservadores demócratas, se unían a la causa populista.

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El domingo, Venezuela acudió a unas urnas sin esperanza, mientras Polonia sigue poniendo a prueba los límites de una Unión Europea que no encuentra la manera de hacer respetar sus valores fundacionales. En ambos lugares se mantiene viva la promesa de salvación inevitable. Desde extremos distintos la derecha polaca y la izquierda venezolana dicen rescatar vidas, almas, pueblos. Según la experiencia acumulada, la que relatan personas como Blanco o Applebaum, ningún demócrata debería dejarse embelesar: la salvación no es necesaria, ni inevitable. Ninguna ideología totalizante, como ninguna religión, la ha producido sin desembocar en desastre. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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