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Columna
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Acelerón totalitario

Sólo la colocación de urnas camufló el embauque del domingo y la acelerada mudanza hacia la dictadura del partido de la revolución de Hugo Chávez

Juan Jesús Aznárez
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, vota hoy en un centro electoral de Caracas (Venezuela).
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, vota hoy en un centro electoral de Caracas (Venezuela).Rayner Peña (EFE)

La teatralización electoral de Venezuela asignó un papel estelar en la Asamblea Nacional a la ministra del Poder Popular para el Servicio Penitenciario, Iris Varela, cuya contribución al mundo de las ideas y la reconciliación abarca desde la propuesta de incautar las propiedades de los dirigentes de la oposición a la sugerencia de que hagan acopio de vaselina porque el palo que les van a meter no es de agua. Durante un debate, la llavera de los presidios compartió pluralismo con la esposa de Maduro, un evangélico en busca de púlpito y un opositor abducido. En lo fundamental, la simulación de participación y disenso, estuvieron de acuerdo.

Sólo la colocación de urnas camufló el embauque del domingo y la acelerada mudanza hacia la dictadura de partido de la revolución de Hugo Chávez, legitimada por los saqueos del Pacto de Punto Fijo y las generales de 1998, y pauperizada por sus legatarios cuando les faltó el carisma y las regalías petroleras que carburaron la justicia distributiva del caudillo. Convicciones democráticas nunca las hubo. La sociología subraya obviedades ignoradas por quienes las desprecian: la participación es tan fundamental para la democracia como la sangre para el cuerpo. A mayor participación y circulación de ideas, más Estado de derecho, que desaparece cuando solo circulan detritus y allanamientos institucionales.

No hacía falta la demoscopia para anticipar la generalizada abstención, la plebiscitaria renuncia a unos comicios articulados para expugnar el Parlamento, misión imposible sin el mangoneo de la Constitución, la Ley de Procesos Electorales y la fragmentación del contrario. La cuenta de la vieja del régimen fue esta: como la oposición mayoritaria no votará, si sumamos los cinco millones que se han ido y no votarán y los millones que no pudieron irse y tampoco votarán, lo harán los figurantes, los posibilistas y los nuestros, convencidos o a punta del Carné de la Patria: acarreados por su dependencia del Estado en la obtención de frijoles, empleo y contratos. Suficiente para cantar victoria.

El desconocimiento de Estados Unidos, la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos es lección aprendida, constatación del dinamismo de la mudanza hacia el apagón de libertades: la oscuridad pretendida. Venezuela exhibe el cansancio de una sociedad inerme, chantajeada por el número dos, que exigió votos a cambio de comida, y sumida en el fatalismo, las pifias opositoras y un totalitarismo que maniobra con la coacción y el potro.

La responsabilidad de quienes instaron al boicot del embuste no acaba en su denuncia. El divorcio entre Henrique Capriles y Leopoldo López es la clave de bóveda de la desbandada antigubernamental. Sus ambiciones y diferencias son tan respetables como punible el enquistamiento de una rivalidad más perniciosa que el sembrado de trampas chavista. Juntos ganaron las parlamentarias de 2015 y juntos hubieran debido permanecer contra la distorsión del derecho ciudadano al sufragio y la alternancia.

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