De muros y cicatrices
Por lo visto, la política no se juega hoy en la centralidad sino en los extremos, y los presupuestos parecen ser un instrumento afilado únicamente para petrificar los bloques
Lesbos, Lampedusa y Canarias nos recuerdan que los problemas no desaparecen y que, como en un mal cuento de Monterroso, el amurallamiento de Occidente todavía sigue aquí. Las tentaciones del discurso impecable son muchas, pues la inmigración es el tema ideal para hacer emerger los clásicos dilemas de la política: que toda elección implica un coste; que no podemos tener todo a la vez. Pero el precio de haber convertido estos lugares casi en puros campos de concentración se parece cada vez más a esa cicatriz “tan impávida, tan despiadada, tan implacable” de la que habla John Lanchester en El Muro, su conmovedora y terrorífica distopía.
Pero hay una lectura positiva del enroque mediterráneo frente a la política migratoria de la Unión. La voluntad de complementar el eje franco-alemán ha dado paso a una alianza que convierte a España e Italia en los interlocutores del sur, con capacidad para torcer el brazo al hegemón alemán. Es lo que tiene jugar a la geometría variable. La presión con los fondos europeos y en materia migratoria ayuda a proyectar la nueva alianza, pero también a visualizar una dimensión social que complemente el alineamiento liberal-conservador de París y Berlín. Incluso la victoria de Biden podría ser aprovechada por España para erigirse en puente atlántico con acento latinoamericano.
Todas las posibilidades están abiertas. Merkel está de retirada y quizás por eso Macron es el único que intenta articular una cierta idea de Europa. La incertidumbre ante la era pos-Merkel es grande, y más aún si aceptamos que, a pesar de los incumplimientos sistemáticos de las más básicas reglas democráticas por parte de Hungría y Polonia, Orbán forma parte de la familia popular europea, el grupo con el mayor número de diputados de la eurocámara, y podría ser el candidato destinado a liderarlo cuando Merkel deje la política, como bien apuntaba Wolfgang Münchau en estas páginas. Los Gobiernos de Hungría y Polonia son el mayor muro dentro de Europa, y empujan y empujan desde su nacionalismo nativista sin que importe del todo que abortar en Polonia hoy, en una nación europea, convierta a las mujeres en delincuentes y antipatriotas.
Pero si en Europa funciona la geometría variable, en España los muros parecen destinados a perpetuarse. Por lo visto, la política no se juega hoy en la centralidad sino en los extremos, y los presupuestos parecen ser un instrumento afilado únicamente para petrificar los bloques. Lo relevante no es que el eje de Podemos, Bildu y Esquerra sea legítimo; lo importante es que no se ha hecho para sumar sino para frenar el paso a una alianza más amplia e incorporar a Cs a la ecuación. Mientras el PSOE observa, la centralidad en España la ocupa desde hace tiempo un inmenso y silencioso vacío. @MariamMartinezB
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.