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Columna
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La cortesana de Boris

No nos engañemos. Carrie no es una europeísta emboscada. Pero al menos sabe leer la actualidad

Xavier Vidal-Folch
Boris Johnson y Carrie Symonds en Londres el pasado 8 de noviembre.
Boris Johnson y Carrie Symonds en Londres el pasado 8 de noviembre.POOL New (REUTERS)

Tras dar la vara con el presunto triunfo del trumpismo pese a la derrota de Donald Trump, ahora analistas y reporteros empiezan por fin a enunciar el gran fracaso. Y todo son cálculos sobre cómo ese derrumbe daña a sus virreyes, los gerifaltes locales del populismo. Los más torpones, tipo Viktor Orbán, aún no se percatan de la soga que se acerca a sus cuellos. Tampoco se enteran los profetas del desastre, que dan su batalla contra el imperio del Estado de derecho en la UE como ganadora.

La miopía es terca: son los mismos cenizos que apostaron a que nunca habría un gran paquete financiero contra la recesión pandémica; los que se carcajeaban de un europeísta momento Hamilton; los que predicaron que el euro se hundiría; quienes juraron que Grecia sería expulsada; los que predijeron que el Brexit explosionaría a la Unión. Envíenlos a la casilla de la cárcel por tres turnos en el juego de la Oca de la predicción.

Solo el peligro para Boris Johnson se insinuó madrugador. Pues el líder angloturco había fiado en público toda su expectativa de una alternativa comercial al mercado interior europeo a la protección del magnate norteamericano. Y porque sus modos populistas, despóticos, velocísimos, son tan paralelos como las vidas de los prohombres que apareó Plutarco.

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Lo extraordinario en el caso de Boris es que el apuñalamiento de su rasputín Dominic Cummings y el edecán de este, Lee Cain —hay apellidos felices, premonitorios—, no corriese a cargo de príncipes toris rivales a lo Félix Yusúpov, sino de su novia, la joven Carrie Symonds. Es la entronización de un nuevo tipo de nepotismo, caracterizado por un parentesco legalmente precario. Y heterodoxo: las y los amantes solo mataban en secreto, al menos en el mundillo conservador, nunca a plena luz.

Lo divino del caso es que revitaliza la tradición de las/los cortesanas/os decisorios por sangre, por encima de los protegidos de esforzados méritos, los cargos electos o los altos funcionarios ahora tan mal vistos en Downing Street. Suerte tiene Boris de que Carrie le ahuyente a los talibanes del Brexit más ultras que él mismo. Ahora le ayudará a pedir a Bruselas la prórroga que rechazó: no en vano la covid infecta a los negociadores. Y/o a firmar el tratado con la UE del que despotricaba: están verdes los preparativos para una retirada sin acuerdo, y nadie se la cree.

No nos engañemos. Carrie no es una europeísta emboscada. Pero al menos sabe leer la actualidad.

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