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Columna
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Por hablar demasiado

Se pone mucho el acento en famosos negacionistas o palabreros, pero el verdadero peligro hoy es que los medios conviertan a los científicos y a los médicos en el último grito en tertulias

Elvira Lindo
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, en rueda de prensa.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, en rueda de prensa.Juanjo Martín (EFE)

La fama es un veneno que alimenta la vanidad. Harrison Ford confesó con mucho ingenio que a él le gustaría gozar de la popularidad de un escritor: suficiente como que para que te busquen un hueco en un restaurante aun yendo sin reserva, pero no tan invasiva como para impedirte andar a tus anchas por la calle. Hay que entender que Ford hacía la comparación pensando en una celebridad como él y en un discreto escritor americano. La realidad, al menos aquí en España, es que hay grandes cómicos que pasan desapercibidos y escritores recibidos con redoble de flashes. La fama engancha, es corrosiva, provoca dependencia. Bajo el influjo de los primeros chutes no se calibran los peligros que conlleva la exhibición continua: si ser personaje público es cada vez más arriesgado, ser famoso por salir de más en los medios puede ir restando credibilidad a cualquier discurso, aunque sea honesto y bienintencionado. Hubo un tiempo en que la troupe de famosos que poblaban las páginas o los programas de sociedad estaba formada por actrices, cantantes, deportistas con medallas, humoristas, gentes diversas de la farándula. El trabajo de estas personas que viven del público se veía promocionado y el público gozaba del regusto de entrar un poquito en sus vidas. Había un equilibrio saludable. Cuando los programas rosas se volvieron amarillos los artistas fueron midiendo su presencia y se creó un tipo de famoso inédito: el que lo es por salir mucho en la tele, sin más, aunque no haya hecho en la vida algo que merezca ser reseñado. También los políticos, algunos, han ido tomando el relevo de los cómicos; a veces se aprecia en ellos esa ansiedad incontenible por protagonizar el debate, ¿a qué viene, si no, el estar tuiteando a las nueve de la mañana o a las once de la noche? Me pregunto si una persona con una responsabilidad política puede estar cediendo todo el tiempo a sus impulsos.

Cuando este afán permanente de notoriedad proviene de colectivos cuya credibilidad puede verse afectada por esa falta de contención es, directamente, pernicioso para la sociedad. En un momento en que de manera imperiosa necesitamos creer a quien se dirige a nosotros para pedirnos sacrificios y un compromiso al servicio de un interés común resulta fundamental que las personas que nos hablan no pierdan su crédito y no lo hagan perder a otros de su oficio. Se pone mucho el acento en famosos negacionistas o palabreros, pero el verdadero peligro hoy es que los medios conviertan a los científicos y a los médicos en el último grito en tertulias y apariciones varias. Todos hemos agradecido que nos informaran y aconsejaran expertos reales, porque como niños necesitábamos guías en este camino de incertidumbres. Es humano que se vean tentados por la notoriedad, por la dichosa fama, pero la consecuencia puede ser fatal: se les puede acaba viendo como otro opinador más, que especula sobre cualquier acontecimiento por no atreverse a callar.

El peligro es que acabemos sin saber en quién depositar nuestra confianza, que se favorezca la confusión. La realidad es que cuando Merkel se dirigió a los ciudadanos alemanes fue de una claridad meridiana: para que podamos salvar la economía, dijo, tenemos que dejar de ver al 60% de nuestros contactos habituales. Ella transmitía el mensaje de los científicos del Instituto Robert Koch, centro observador de la pandemia. Esos científicos, en la retaguardia, impregnaron de sentido el discurso de la canciller. No estaban en la sombra, sino en su trabajo. Una vez más hay que tener cuidado con convertir la desgracia en espectáculo. Soy consciente de que apelar a la responsabilidad social es algo muy antiguo, o buenista, o ridículo para algunos, yo qué sé, pero mejor será para todos que apoyemos a los sanitarios exigiendo una mejora en la atención primaria a que participemos en la creación de nuevas celebridades, por muy solventes que sean sus discursos. El que habla mucho pierde crédito, y quienes lo escuchan, esperanza.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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