Pobres y deshonrados
Hoy los ciudadanos no percibimos señales frugalidad por parte de las administraciones, sino lo contrario: más ayudas a quien más cerca del poder está
Extendiendo el viejo proverbio griego, podríamos decir que cuando los dioses quieren destruir a una sociedad, primero la enloquecen. No sólo mandan epidemias y vacas flacas, sino que envían a sus dirigentes a cazar elefantes en lugares exóticos, acumular cuentas en paraísos fiscales, espiar a rivales con el dinero de los fondos reservados y repartir cargos a familiares.
Los ciudadanos aceptamos la pobreza del parón económico, la castidad del confinamiento y la obediencia de las normas sanitarias, pero no el engaño de nuestras élites. Si sentimos que los de arriba persiguen su interés a expensas del bienestar colectivo, todos seremos menos cívicos. En la economía es dudoso el efecto trickle-down, por el cual la riqueza se derrama generosa desde la cúpula a toda la pirámide. Pero las normas sociales sí se contagian hacia abajo. La corrupción de las élites da licencia a las masas para corromperse. Un escándalo de corrupción del rey es la patente de corso para que muchos autónomos hagan una factura sin IVA.
Oímos a menudo que no todos los políticos son iguales. Es verdad: la inmensa mayoría de ocupantes de los sillones públicos, de la Casa del Rey a los Ayuntamientos, son honestos. Pero es una verdad a medias: un líder no sólo no debe meter la mano en el cofre público, sino que tiene que ser ejemplar. Y con eso no me refiero a purgar las acciones grises que haya podido cometer en su pasado privado, como tesis plagiadas o dudosas sociedades mercantiles, que es donde nuestra miope policía moral pone el acento, sino en su presente público.
Los políticos deben ser austeros en las acciones que les benefician a ellos precisamente para esquivar las políticas de austeridad que perjudican a toda la sociedad. Sólo mostrando contención podrán conseguir el apoyo social del que, en estos momentos, no gozan. Hoy, los ciudadanos no percibimos señales de frugalidad por parte de las Administraciones, sino lo contrario: más ayudas a quien más cerca del poder está.
El problema de fondo no es económico. Sabemos que no somos Alemania y entendemos que el Estado no ofrezca a las pymes que padecen la crisis el 75% de lo facturado en noviembre de 2019, pero no comprendemos que suban los sueldos públicos o repartan las ayudas a los autónomos como los “juegos del hambre”. De una crisis podemos salir pobres, pero no deshonrados. @VictorLapuente
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