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Tribuna
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Un legado europeísta

Jiménez de Asúa revolucionó el pensamiento jurídico y fue un político decisivo en la República

Enrique Bacigalupo
Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol de Madrid el 14 de abril de 1931.
Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol de Madrid el 14 de abril de 1931.

Luis Jiménez de Asúa, fallecido en Buenos Aires tal día como hoy hace 50 años, pertenece por derecho propio a una de las generaciones intelectuales más influyentes de la historia de España, la de 1914. El prestigio y la excelencia que alcanzó en su especialidad, el derecho penal, ha propiciado sin embargo la paradoja de que se pase por alto su destacada participación en la vida pública española, reduciéndola a su contribución académica. Jiménez de Asúa fue, sin duda, un excepcional maestro de penalistas en España y América Latina, promotor de un programa para España cuya consigna había acuñado Ortega y Gasset en 1910: “Regeneración es inseparable de europeización”. Pero, además, su compromiso ciudadano más que estrictamente político lo llevó a oponerse a la dictadura de Primo de Rivera y a participar activamente en el régimen republicano que sucedió a la monarquía de Alfonso XIII.

Jiménez de Asúa se había formado en Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, donde recibió la influencia decisiva de Franz von Liszt, su maestro en Berlín y fundador, en 1888, de la Sociedad Criminalista Internacional, desde donde fue difundido un programa de reformas del derecho penal superador de la concepción clásica de la pena, entonces dominante. De regreso a España, Jiménez de Asúa introdujo novedosas instituciones de la ciencia penal de Alemania, Suecia, Italia, Suiza y Francia, seguidas de propuestas para la reforma del derecho penal español. El derecho comparado fue el principal instrumento metodológico del que se valió para la europeización de la ciencia penal española. Pero la tarea europeizadora no debió de ser fácil en aquellos momentos. En 1916, en su libro La unificación penal en Suiza, señaló que muchos españoles creían que, para una tarea legislativa como ésta, era necesario “que las fuentes científicas y legislativas salgan de nosotros”. Luego de constatar que esas fuentes todavía no existían en aquellos años, respondió con la contundencia que ya de joven lo caracterizaba: “¿Cómo, pues, inspirarnos en lo que no existe?”.

En 1931, en su famosa lección inaugural del curso en la Universidad de Madrid expuso un sistema jurídico de la teoría del delito, muy cercano al de Franz von Liszt, con el cual revolucionó el pensamiento jurídico penal, no solo en España, sino también en toda Latinoamérica. Desde entonces el pensamiento jurídico penal de habla castellana se orienta en la dirección señalada por Jiménez de Asúa en sus libros, lecciones y conferencias, sin perjuicio de la evolución teórica que ha tenido lugar en más de un siglo. Esta tarea europeizadora y renovadora, por otra parte, no se limitó al derecho penal, sino que implicó paralelamente un radical cambio pedagógico para la enseñanza del derecho, cuestión sobre la que escribió y disertó en numerosas oportunidades desde sus inicios en la cátedra de Madrid. También sus ideas sobre la enseñanza del derecho siguen hoy vigentes. Y creo importante subrayar que, aunque el régimen de Franco privó a Jiménez de Asúa de su cátedra y lo obligó a un larguísimo exilio, no pudo borrar la renovación científica por él impulsada. El método y el sistema jurídico científico enseñado por Jiménez de Asúa en Madrid y luego en el exilio siguió vigente, incluso, en la jurisprudencia española.

Aparte de su tarea académica y científica, Jiménez de Asúa fue además un político. Y aunque compartió el punto de vista de Ortega y Gasset, según el cual los intelectuales no debían actuar en este terreno, entendió que la oposición a la dictadura de Primo de Rivera había sido algo diferente: se trataba, dijo, de “higiene pública”. Ejerciendo como abogado defendió a destacados políticos, como Casares Quiroga y Largo Caballero. Pero fueron las circunstancias históricas de España, de todos modos, las que lo convirtieron en el diputado que presidió la Comisión de Constitución de las Cortes en 1931 y en redactor de la Constitución de la Segunda República española, primero, y finalmente en presidente de la República en el exilio. En su último artículo, publicado en Alemania un año antes de su fallecimiento, reiteró expresamente su adhesión al socialismo, al que consideró cercano al “liberalismo no marxista” de su maestro Franz von Liszt.

Su deseo de regresar a España se vio varias veces frustrado. Especialmente en 1946, cuando, acabada la Segunda Guerra Mundial con la derrota de Alemania, Italia y Japón, pensó que España retornaría a la democracia. Entonces escribió en Buenos Aires una emotiva despedida, dirigida a quienes “como todo hombre libre, que los preceptos de nuestro Derecho sean garantía de regímenes limpiamente democráticos”. Ello no le impidió seguir pensando en España. Era ya 1964 cuando decidió incluir una reveladora y emotiva dedicatoria en su tratado de derecho penal, que para entonces llevaba cuatro ediciones. Escribió allí Jiménez de Asúa: “Sea la primera palabra para mi madre, la última para mi compañera, y las demás, todas escritas fuera de mi patria, para España, que también tiene nombre femenino”.

Enrique Bacigalupo, penalista, fue discípulo de Jiménez de Asúa en la Universidad de Buenos Aires.

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