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Columna
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El nuevo mundo de Kamala Harris

Cabe augurar que la vicepresidenta electa ejerza su cargo para la construcción de la nueva nación norteamericana

Eva Borreguero
Kamala Harris, vicepresidenta electa de EE UU, celebra los resultados electorales.
Kamala Harris, vicepresidenta electa de EE UU, celebra los resultados electorales.JIM WATSON (AFP)

De todos los prejuicios raciales y religiosos, el rechazo a los matrimonios mixtos es el más arraigado. Las uniones entre personas de diferente raza y credo crean afectos que cuestionan y rompen el principio de preservación y continuidad del colectivo dominante. Por eso han sido históricamente penalizadas con el ostracismo social y familiar, cuando no con sanciones más graves, tanto en su forma secular (desde nuestros nacionalismos periféricos hasta la endogamia británica en la India colonial) como religiosa (en el islam con la exigencia de conversión previa; en el orden de castas con los matrimonios concertados por la familia).

La madre de la vicepresidenta electa emigró desde Madrás a EE UU en los cincuenta para desarrollar una carrera como investigadora en cáncer. Pasó a formar parte de la comunidad indioamericana, numéricamente reducida y actualmente referida como el “otro 1%” por sus elevados niveles de educación, ingresos y peso político. De su cohesión da idea la gran acogida de la diáspora india cuando el presidente Narendra Modi visitó EE UU. La joven india conoció en la universidad a Donald Harris, jamaicano, negro, estudiante de Economía y posteriormente profesor en Standford.

Fruto de esta unión nacieron Maya y Kamala. Esta última contrajo matrimonio con un hombre blanco, Douglas Emhoff, abogado judío de Brooklyn. Ante esta genealogía la opinión pública se devanó los sesos en el intento de definir a Harris. ¿Qué ascendencia tendrá más peso? Acertijo imposible, salvo para un racista lord norirlandés, para quien es sin más “la india”. Kamala es afro, india, americana, de todas estas identidades y al mismo tiempo ninguna de ellas en exclusiva. Respeta sus raíces, muestra sensibilidad hacia sus orígenes, sin que ello la lleve a un encasillamiento. Desafía el determinismo identitario de las categorías raciales, culturales y religiosas, —pertenece a la iglesia baptista— diluidas aquí en una fluida mezcolanza que corresponde a los EE UU de hoy y mañana. Un país transformado por la afluencia de inmigrantes, con una creciente diversidad étnica y donde las tendencias demográficas analizadas por el Pew Center hablan del aumento generalizado de matrimonios interraciales, blancos incluidos, y especialmente entre la segunda generación de hispanos (27%) y asiáticos (29%).

Es el camino de una integración inclusiva. Frente a ella encontramos aquellos colectivos que esgrimen la identidad de origen como mecanismo de rechazo de otras identidades. Ningún ejemplo más claro que la Gran América de predominio blanco tremolada por Trump. La incógnita surge aquí con la posible adhesión a tal criterio de buen número de sus votantes latinos, negros y de otras minorías.

Cabe augurar que Kamala Harris sea una vicepresidenta para la construcción de la nueva nación estadounidense. Como declaró entre lágrimas al conocer los resultados su paisana, la alcaldesa blanca de Oakland: “Es todo un nuevo mundo”.

@evabor3


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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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