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Columna
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El pacto se abre de nuevo

Frente al populismo, Biden opone la democracia, lo que realmente constituye la identidad occidental. Este y no otro es el campo de juego del nuevo tiempo, y en él habrá que buscar las respuestas para los nuevos equilibrios

Máriam Martínez-Bascuñán
ilustración col Máriam
EL PAÍS

¿Comienza la búsqueda de un nuevo equilibrio? Las fracturas del turbulento 2016 siguen ahí: inseguridad, miedo al futuro, necesidad de refugio en la comunidad ante un mundo que no comprendemos, cambio del espacio público, en las voces que creíamos autorizadas a narrar el mundo, más la maldita pandemia que nos mantiene en una radical incertidumbre existencial. Las elecciones de 2020 han vuelto a desatar el vendaval de fuerzas de apariencia incontrolada que definen el apoyo a Trump. Pero el sistema ha reaccionado y resiste frente a los agoreros: “Al presidente lo eligen los votantes”, dijo Joe Biden en la noche electoral, negando esa posibilidad al personaje que trata de emborronar una elección democrática desde su cuenta de Twitter. ¿No es una explicación fascinante? Frente al populismo, Biden opone la democracia, lo que realmente constituye la identidad occidental. Este y no otro es el campo de juego del nuevo tiempo, y en él habrá que buscar las respuestas para los nuevos equilibrios. Bruselas ha decidido recoger el guante, y propone suspender los fondos comunitarios en caso de deriva antidemocrática. Es un elemento más del marco de vigilancia del Estado de Derecho que está activando, y no es casualidad que sea ahora.

El tiempo que se abre acaso sea el del vigoroso regreso a las reglas que protegen a la ciudadanía frente al abuso, pues triunfa de nuevo la más básica concepción de la democracia, que nos regala otra enseñanza: la legitimación de las urnas solo es posible si las instituciones resguardan a la ciudadanía de los plutócratas iliberales que buscan confiscar el poder que pertenece al pueblo. Solo la imparcialidad garantiza el poder colectivo, pero también el de los individuos concretos. Y eso es, precisamente, de lo que va el liberalismo político, aunque haya que recordar todavía que su obsesión fue domesticar al poder, evitar su concentración, ajustarlo a los intereses de los ciudadanos.

Los conceptos zombi emergen tras el nuevo terremoto político: llamamos “posverdad” al desacoplamiento entre política y realidad objetiva, pero esta parece cada vez más inasible. Porque lo de Trump es un espejismo inverso. No crea realidades nuevas: enturbia y oscurece lo que sucede. Quizás sea porque la percepción continua de falsedades impide tomar conciencia plena de su comportamiento. Emborronar la democracia favorece al poderoso. Frente a ello, el tortuoso recuento de votos ha sido canalizado por la claridad y la moderación de Biden. Frente a la simplificación burda y el exceso de emociones, el demócrata ha opuesto sencillez, paciencia, cercanía, confianza en el sistema. Es el momento de la moderación política, nos dice, y es ella la que tiene que ofrecer las respuestas que había perdido mientras los demagogos azuzaban la ira. Es una nueva oportunidad interna para las democracias, pero también en el plano internacional. El pacto se abre de nuevo.

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