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Columna
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Pedro Páramo

Al salir a la calle después de admirar la representación, uno sintió que la realidad era una continuación de aquella, pues la noche madrileña, llena de personajes afantasmados y silenciosos, la ciudad entera parecía un escenario

Julio Llamazares
Escena de 'Pedro Páramo', dirigido por Mario Gas, en las Naves de Matadero.
Escena de 'Pedro Páramo', dirigido por Mario Gas, en las Naves de Matadero.Europa Press

Mañana baja el telón en las Naves del Español del antiguo Matadero de Madrid y el próximo sábado lo levantará (si la autoridad y el virus no lo impiden) en el Teatro Romea de Barcelona Pedro Páramo, la adaptación teatral de la célebre novela de Juan Rulfo que dirige Mario Gas y protagonizan dos únicos actores, Vicky Peña y Pablo Derqui, quienes encarnan todos los personajes de la novela. Una obra magistral para la posiblemente novela cumbre del siglo XX en todas las lenguas.

En la entrevista que el periodista Juan Cruz le hacía a Mario Gas para este periódico hace pocos días, el director señalaba la pertinencia de la obra de Rulfo en estos tiempos de confusión y polarización política extrema. “Parece como si la raza humana viviera en un punto de evolución muy cafre, porque a la mínima saltan los impulsos exterminadores, llenos de odio”, decía Mario Gas expresando su impresión sobre la realidad que estamos viviendo actualmente.

Pero las concomitancias entre la obra de Rulfo, ese aquelarre de muertos que conviven con los vivos sin saberse muy bien cuáles son unos y otros, pues todos son fantasmales, no se terminan en ese impulso exterminador que el protagonista principal, Pedro Páramo, demuestra, sino que se extienden a la visión telúrica y espectral que la arrasada Comala, el lugar al que el narrador llega buscándolo (“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le dije que vendría a verlo en cuanto ella muriera”), y que tanto recuerda al mundo actual, poblado de gente con mascarillas que ocultan su desconfianza y su miedo y desierto en esas horas de la noche en las que los fantasmas se apoderan de los sueños, cada vez más tétricos e inquietantes. Como en la Comala amortada de la novela de Rulfo, un viento extraño recorre el planeta llenándolo de incertidumbre y oscuros presagios.

Por eso, al salir a la calle después de admirar la representación (admirable el trabajo de los dos actores, multiplicados en personajes que hablan con distintas voces, pero también el que no se ve: ese que hay detrás de las bambalinas), uno sintió que la realidad era una continuación de aquella, al revés de lo que suele ocurrirnos al salir del teatro o del cine, pues la noche madrileña estaba llena de personajes afantasmados y silenciosos y la ciudad entera parecía un escenario en vez de un lugar real. Atrás quedaban las voces de Juan Preciado, de Pedro y Miguel Páramo, del arriero Abundio Martínez, de Eduviges Dyada, de Bartolomé y Susana San Juan, de Damiana Cisneros, de doña Doloritas, de Fulgor Sedano…, y sobre todas ellas las de su creador, el mexicano Juan Rulfo, capaz de decir cosas como esta: “El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste: ‘Lo quiero por ti’; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él”.

Cómo no compartir las de Mario Gas cuando afirma a su vez: “Las grandes obras trascienden la época, la anécdota. Toda esta extrañeza de un mundo descolocado sigue perpetuándose y todo lo que ocurre es perfectamente trasladable al actual estado de ánimo. Esta realidad que vivimos parece ficción, todo se confunde aun siendo tan real”.

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