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Columna
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El traje del emperador Trump

El sistema democrático americano está dividido. Y por eso es invencible

Víctor Lapuente
El presidente estadounidense, Donald Trump, durante un acto de su campaña electoral, este domingo en el condado de Miami-Dade, Florida (EE UU).
El presidente estadounidense, Donald Trump, durante un acto de su campaña electoral, este domingo en el condado de Miami-Dade, Florida (EE UU).Giorgio Viera (EFE)

Por primera vez en la historia de las elecciones americanas, la duda no es qué sucederá el primer martes de noviembre, sino el miércoles. Muchos temen que, si pierde, Trump socave la democracia, retorciendo el pescuezo de las instituciones, o incitando a sus rabiosos lacayos a salir de sus casas con armas de asalto.

Es un miedo exagerado. El emperador Trump está desnudo. Puede enfervorizar a las masas a través de las redes sociales, la FOX y las radios cavernícolas. Pero, si los ranchos son de Trump, las calles son demócratas. La izquierda americana tiene hoy mayor capacidad de movilización que una derecha que no está unida por el pegamento de una ideología, sino de un viscoso individualismo. La doctrina del egoísmo extremo no alienta revoluciones populares, sino rabietas aisladas.

Trump no puede convertirse en un dictador porque carece de una plataforma organizada de acólitos; es decir, de un partido. La virtud —o el vicio, según se mire— que distingue a EE UU de la práctica totalidad de democracias del mundo es que no tiene formaciones políticas cohesionadas. Los americanos votan a candidatos que se ponen una etiqueta (demócrata o republicana), pero que no obedecen a un Ferraz o Génova, sino a su electorado.

Cierto es que, con los años, los legisladores americanos se han vuelto más partidistas. Lo que te garantiza la reelección ahora no es tu capacidad de tender puentes con los rivales políticos, sino la pureza ideológica de tu voto en el legislativo. Pero, a diferencia de Orban, Trump no puede obligar a congresistas y senadores republicanos a aprobar las medidas que le plazcan. Los legisladores antepondrán siempre el interés de su votante medio al de su presidente. Es verdad también que, con honrosas excepciones como Mitt Romney, los republicanos han cerrado filas en torno a Trump. Pero no es una lealtad incondicional, sino circunstancial. Si cambia el clima, la mayoría de republicanos dará la espalda a su líder.

Trump controla personalmente una minúscula parte del aparato estatal. Nombrando a un puñado de zelotes ha sido capaz de crear confusión en las agencias encargadas de la gestión de la pandemia, impidiendo una respuesta sensata. Pero sembrar desorden es lo opuesto de lo que hace un aprendiz de dictador: manejar un Estado con mano de hierro.

El sistema democrático americano está dividido. Y por eso es invencible. @VictorLapuente

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