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Columna
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Niños cero vacunas: otro dilema

Los países más castigados no pueden desviar recursos a la covid-19

Javier Sampedro
Un niño recibe la vacuna del sarampión en una campaña de vacunación de Unicef en República Democrática del Congo.
Un niño recibe la vacuna del sarampión en una campaña de vacunación de Unicef en República Democrática del Congo.UNICEF/Maranatha (© UNICEF/UN0287582/Diefaga)

Ahora que todos los ciudadanos nos hemos alfabetizado sobre las vacunas, su desarrollo y su carácter esencial para la medicina, puede ser un buen momento para ampliar el foco más allá de salvar la campaña de Navidad en España y demás países occidentales y profundizar en los grandes escollos que impiden al planeta contar con unos calendarios vacunales no digo ya ideales, sino suficientes para aliviar el sufrimiento aliviable, prever la invalidez previsible y evitar la muerte evitable. Aquí no hablamos de biotecnología de vanguardia, sino de unos recursos bien conocidos de los que disfrutan los países ricos desde hace décadas y que una política internacional ciega, inercial y triste les está negando a las poblaciones más vulnerables del mundo. Si lo estamos haciendo así de mal con unas vacunas bien establecidas, eficaces y seguras, cabe preguntarse qué clase de chapuza letal vamos a organizar cuando tengamos la vacuna anticovid, que llegará dentro de un año siendo optimistas.

La información que manejan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Médicos Sin Fronteras (MSF) es deprimente. Hay ahora mismo 14 millones de niños en el mundo que han cumplido su primer año de vida sin recibir una sola vacuna, ni contra la difteria, ni contra el tétanos, ni pertussis ni polio ni sarampión ni nada de nada. Son los niños “cero vacunas”, en la expresión transparente y brutal de los médicos que conocen el asunto. Los países con más niños sin vacunar son los que están aplastados por las guerras y otros fracasos del raciocinio, allí donde una fracción sustancial de la población vive en campos de refugiados o desplazados, allí donde una vida cuesta mucho menos que la consulta médica que podría salvarla, allí donde la desigualdad es insostenible.

Nigeria y República Democrática del Congo, sí, pero también Filipinas, Brasil, México y Angola tienen unos índices insoportables de niños cero vacunas. Un dato especialmente revelador es el de Siria, donde las fuerzas del régimen han bombardeado los almacenes de vacunas para estimular a la gente a desplazarse a otro lugar. Me pregunto qué pensarán los antivacunas acerca de ello. Si las vacunas son tan malas como ellos creen, ¿para qué bombardear los almacenes? ¿No sería mejor inyectárselas a la población para que sufra? Ay, estos dictadores que no acaban de aprender su trabajo. Y ya ni hablemos de los rohingyas de Mianmar, antigua Birmania, o de los pigmeos centroafricanos y otras poblaciones machacadas, que o bien no están censadas o han sido privadas aposta de su derecho a ninguna vacuna.

Para acabarlo de arreglar, la covid-19 está empeorando las cosas en el mundo pobre, porque exige desviar a ella unos recursos preciosos a los que esos países no pueden renunciar. “No podemos permitir que un niño se quede sin vacunas por el hecho de desviar los recursos a la atención de otra emergencia como la covid-19”, dice Miriam Alía, especialista en vacunación y respuesta a epidemias de Médicos Sin Fronteras, que está preparando un informe sobre el asunto. “La vacunación es la actividad más frecuentemente limitada o interrumpida entre los servicios esenciales de salud durante la pandemia de coronavirus”. Las sectas antivacunas de los países ricos se pueden permitir el lujo de serlo. En un país pobre los correrían a gorrazos. Qué malas son las religiones.

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