La tribu
Mientras usted no puede casarse ni embarcarse ni juntarse siete a honrar a sus muertos este puente, nadie, ni uno, vio la viga en el ojo propio. Qué felicidad, oiga
En Madrid, antes del virus, si a las ocho de la tarde de un lunes no tenías un evento, no eras nadie en lo tuyo. Lo sé porque una, que es una mindundi, tenía dos, tres y hasta cuatro invitaciones diarias en el correo. Estrenos de cine, lecturas de libros, charlas de próceres, entregas de premios, aniversarios de cosas, cócteles diversos. No me daba la vida, y eso que pertenecía a la morralla de la lista de invitados. Así que me imagino las agendas de los VIP de toda la vida y los de turno. Los de tarjetón por mensajero y llamada para rogar asistencia: acércate, Fulano, que me haces un roto si no vienes. Los conozco porque los he visto, ejerciendo de cronista áulica. Una tribu con sus jefes e indios donde todos se conocen y se jalean con la misma sonrisa con la que luego se apuñalan. Encantados de conocerse están, y de estar en la pomada. Van a ver y, sobre todo, a ser vistos por el anfitrión, que pasa lista con miras al futuro. Pero vino el virus y se acabó el cuento. No estaban las UCI para fiestas.
El lunes, sin embargo, un periódico cumplía años y su director invitó a 80 elegidos al ágape. A la tribu, vamos. Del ministro de Sanidad al jefe de la oposición para abajo. Vale: el no ya lo tenía. Lo flipante es que accedieron. En qué burbuja hay que vivir, de qué opio hay que ir ciego para no ver que, en plena pandemia, cuando acabas de decretar el estado de alarma e instar al país a no juntarse salvo a remar en galeras, está feo quedar a brindar con tu tribu por mucha máscara que lleves. Pues nada. Solo se cayeron del Audi cuando les cayó la del pulpo en las redes. Daba entre rabia y apuro ver a la portavoz del Gobierno disculpar a los suyos sin culpar al resto con la solidaridad tribal que usan al ver peligrar sus privilegios. No. Mientras usted no puede casarse ni embarcarse ni juntarse siete a honrar a sus muertos este puente, nadie, ni uno de ellos, vio la viga en el ojo propio. Qué felicidad, oiga. Yo quiero de esa droga.
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