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Columna
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Una estratagema iliberal

Los dioses ciegan a quienes quieren perder, aunque en este caso la ‘hybris’ desmedida sea la de Iglesias, y no la de Sánchez

Enrique Gil Calvo
Pedro Sánchez y Pablo Casado se saludan antes de comenzar una reunión en La Moncloa el mes pasado.
Pedro Sánchez y Pablo Casado se saludan antes de comenzar una reunión en La Moncloa el mes pasado.FERNANDO VILLAR (AFP)

La portavoz ultra en la Asamblea de Madrid, en la última sesión de control al Gobierno madrileño, expuso su sospecha de que la pretendida resistencia de la presidenta Ayuso contra el estado de alarma decretado por el ministro de Sanidad no fue más que un subterfugio para descargar sobre La Moncloa la responsabilidad de arruinar la economía como único método posible de atajar la covid. Así la presidenta siempre podrá atribuirse el mérito de haber salvado las empresas madrileñas de la agresión monclovita. Buena estratagema, pues seguro que sus bases electorales querrán creerse el relato de Ayuso.

Y otro subterfugio análogo al denunciado por Monasterio es el escenificado por el presidente Sánchez, amagando con someter al poder judicial mediante procedimientos iliberales si Casado no se aviene a pactar la renovación de su cúpula, como había prometido hacer este verano. De este modo La Moncloa siempre gana. Si Casado cede ante la amenaza, porque habrá pactado la reforma tal como se pretendía. Y si no cede, porque en tal caso la coalición de investidura desbloqueará la renovación del CGPJ, y además con consejeros más afines al método Frankenstein que los pactados con Casado. Haga Casado lo que haga, La Moncloa siempre ganaría.

Siendo el vicepresidente Iglesias admirador de Juego de Tronos (serie de estrategia iliberal sobre la que coordinó un libro como profesor no numerario de Políticas), esa estratagema le debe de parecer el colmo de la inteligencia política: una astucia tan brillante que no puede ser rechazada por consideraciones intempestivas de ética democrática. Pero, en realidad, el subterfugio no es tan inteligente como parece, pues deja a los contendientes sin más salida que la agresión mutua asegurada, como si estuvieran trabados por un lance de teoría de juegos como el dilema del gallina o del prisionero.

Aunque Casado creyese que la amenaza de Sánchez va en serio (es decir, que si él no cede La Moncloa activará la reforma iliberal del CGPJ), no está en condiciones de plegarse a ella, por lo que aceptará el pulso hasta el final. Ya lo dijo en sede parlamentaria: “A mí no me presiona nadie, y menos usted”. Y si Casado no cede, Sánchez tendrá que ir hasta el final consumando la regresión iliberal de la democracia española. Pues nuestra escena política es un patio de colegio donde los actores están sometidos a la prueba de demostrar que a ellos no hay quien les arrugue, pues el que afloja pierde las elecciones.

De ahí que en plena pandemia estemos condenados a presenciar este aciago teatro que nos conducirá al involucionismo antidemocrático. Un suicidio para Sánchez, pues ningún demócrata consciente debería votarle después de eso. Como le ocurrió a González, cuyo declive comenzó en 1985, cuando por un desplante calderoniano de soberbia ofendida inició la primera reforma iliberal del Consejo del Poder Judicial. Los dioses ciegan a quienes quieren perder, aunque en este caso la hybris desmedida sea la de Iglesias, y no la de Sánchez.

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