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Columna
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Eutanasia

Ya no se habla de encarnizamiento terapéutico, ni de dolor. Se habla de vida y ya está, la de un niño del Sahel al que bastarían unas gotas de agua para vivir y la de un niño de Núñez de Balboa con su cacerola

Jorge M. Reverte
Un hombre mayor en un hospital de Madrid.
Un hombre mayor en un hospital de Madrid.Manu Fernandez (AP)

Siempre hay quien lo supera todo. Rafael Nadal, por ejemplo, ha puesto en 13 el récord de victorias en Roland Garros, de modo que es casi seguro que nadie mejorará ese registro nunca.

Por poder, puede pasar una barbaridad semejante: como por ejemplo que esté uno en un hospital público y le atienda un equipo que parece seleccionado por Isabel Díaz Ayuso. Un equipo que esté preparado para amargarle al paciente lo poco o lo mucho que le quede de vida. Aunque la cosa empiece bien, con un notable paso entre las Urgencias y lo que viene después.

Pronto, los afortunadamente pocos sanitarios que piensan que es el paciente el que se debe amoldar a ellos y no al revés, inventan una tortura como que un joven cachas le inmovilice mientras el paciente intenta toser para liberar sus castigados pulmones, y la enfermera jefa le hace una expresiva peineta a su muda petición de “unos golpes en la espalda”, con una frase que condensa toda su científica preparación: “No tengo yo otra cosa que hacer que daros golpes”. El fornido ayudante no suelta su presa y se entretiene: “Te voy a hacer un análisis. Tú decides si son uno o cuatro pinchazos”. Y el amenazado decide que es mejor uno. Claro.

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El amanecer llega con una recién estrenada mansedumbre del paciente, primaverales flautas del Peer Gynt, una nueva y razonable jefa de enfermería y un equipo médico que hace una esmerada y precisa historia, acompañada de un “tiene razón” que sirve de salvoconducto al ocasional prisionero.

Y por algún lado se cuela la noticia: en un país como España, donde los votantes pueden tocar ya con los dedos el derecho a decidir sobre la propia muerte, cabe desde ahora la posibilidad de que un grupo de psicópatas no pueda apropiarse del final de la vida de nadie para convertirlo en un final “suyo”.

El argumento contrario lo sostienen con encono los chicos de Díaz Ayuso, que ahora encabeza Rocío Monasterio en la Castellana de Madrid: “La dignidad está en vivir”, dicen.

Ya no se habla de encarnizamiento terapéutico, ni de dolor. Se habla de vida y ya está, la de un niño del Sahel al que bastarían unas gotas de agua para vivir y la de un niño de Núñez de Balboa con su cacerola.

Hay que celebrarlo: todos los españoles van a tener derecho a la eutanasia, a la muerte digna.

Incluidos los de la Castellana.

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