Flota en su voz un aire de tren perdido
Vivimos en una víspera. No sabemos de qué exactamente, pero de algo malo
Vivimos desde hace semanas en una víspera, algunos más que otros. No sabemos de qué exactamente, pero de algo malo. Confinamiento general, quizá; a lo mejor un meteorito o una lluvia ácida. Todo es posible. Esto ha acentuado la sensación de no saber cuándo una noche será la última noche hasta dentro de mucho tiempo, no saber cuándo una visita a la familia será la última hasta quién sabe cuándo, no saber cuándo esta comida con estos amigos en este restaurante no se podrá repetir porque no es segura la salud, no es seguro el horario y no es seguro el negocio. Y tampoco es seguro, quizá lo menos seguro, que podamos salir de casa.
La situación de interinidad provoca graves conflictos: todo el mundo quiere ver a todo el mundo, cada hora debe ser aprovechada al máximo, hay que estirar las compañías, hay que quemar Tinder (una amiga me envía una lista inverosímil de nombres con los que ha estado el último mes y un mensaje: “A mí no me vuelve a coger el toro”). En fin, hay que dejar la vida vivida porque winter is coming. Y lo peor de todo esto es que la víspera tiene que ser perfecta. Como si al no saber cuándo se vuelve a repetir algo, ese algo no puede salir mal. Teoría profundamente errónea, como sabemos los que disfrutamos de dos clases de compañías: las que planean la cena cinco días antes, reservan, seleccionan comensales y tienen elegido lugar de copas, y las que te encuentras doblando la esquina, les dices “¡qué sorpresa!” y diez horas después estáis saliendo de comisaría.
Sobre lo memorable habló Núria Espert en una de las mejores horas de profesión que me dio este oficio, y a cuya entrevista le debo la mejor entradilla que escribí nunca, con perdón: “Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) es una leyenda viva. Presentarla de otra forma sería ridículo”. Luego las preguntas: para qué vas a hablar tú si puede hablar ella. Le pregunté sobre muchas cosas y también sobre Víctor García, el autor con el que hizo Las criadas, Yerma y Divinas palabras. “El problema era el alcohol. Yo le quería muchísimo. Él me quería muchísimo. Pero era muy cansado. Era una amistad vampírica. Porque era una necesidad del otro todo el tiempo, todo el tiempo. Y que todo sea memorable. Que la paella que nos vamos a comer sea memorable. Todo era siempre muy intenso”. Ah, lo memorable. Como si estuviésemos todos en el lecho de muerte rodeados de gente, tuviésemos que decir nuestras últimas memorables palabras y sólo pudiésemos decir, como el poeta Claudel: “¿Doctor, habrá sido el salchichón?”.
Lady Espert, la llama Marcos Ordóñez en Una cierta edad (Anagrama), donde relata una cita con ella. “Más allá de la belleza física, que también: el brillo en los ojos, en la oscuridad del restaurante; la calidad de la risa”. Qué gran expresión, la calidad de la risa. Dice de ella que “flota en su voz un aire de tren perdido”. Ordóñez avisó tiempo antes de los años económicos que seguirán a la pandemia: “Cuando un encargo comienza, precedido de una risita, por la frase ‘Voy a hacerte una proposición indecente’, ten por seguro que lo es: te van a pedir algo a cambio de nada. Y cuando escuches la frase ‘con la que está cayendo’, puedes apostar lo que no tienes a que quien habla está a cubierto gracias a los réditos de tu intemperie”. Y el padre de Ordóñez, de las vísperas: “Cualquier día sin tierra encima es un buen día”.
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