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Columna
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Tres kilómetros

Que dos presidentes, uno del país entero y otra de una región, no puedan sentarse a hablar de los problemas que afectan a sus gobernados comunes indica hasta qué punto la política española ha entrado en descomposición

Julio Llamazares
Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso en una imagen de archivo.Eduardo Parra (Europa Press)

Tres kilómetros separan sólo el madrileño palacio de La Moncloa, sede de la Presidencia del Gobierno de España, de la conocida como Casa de Correos —porque lo fue—, donde tiene la suya, en plena Puerta del Sol, la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid. Y, sin embargo, parecería que hubiera millones de años luz entre las dos a tenor de la distancia que los ocupantes de ambas muestran en su relación y de las dificultades que para reunirse a hablar parecen tener. Una carta ha tenido que enviar el presidente de todos los españoles y la propuesta de desplazarse en persona hasta el despacho de la presidenta de Madrid para que esta dé a torcer su brazo y acepte el salvavidas que aquel le ofrece en un momento crítico para los madrileños a causa de la virulencia con la que azota por segunda vez el coronavirus una región que encabeza el número de contagios y de hospitalizaciones de toda Europa.

Claro que, después de todos los improperios que la presidenta de la Comunidad madrileña lanzó al presidente del Gobierno español durante la primavera pasada y hasta hace poco por su gestión de la pandemia en su primera fase, acusándolo de incompetencia y de usurpar las competencias autonómicas en materia sanitaria y de orden público por su megalomanía, debe de resultar difícil reconocer que necesita su ayuda porque con sus solas armas no puede enfrentarse a la segunda ola de la pandemia, que ya está aquí. De hecho, tuvo que ser el vicepresidente de su Gobierno el que, en su lugar, lanzara el SOS porque a ella debían de abrírsele las carnes solo de pensarlo.

Cómo acabará esta historia es algo que no sabremos hasta después de publicado este artículo, que escribo a pocas horas de anunciarse la noticia, pero la descripción que acabo de hacer (y que con mínimas diferencias compartirán los lectores, salvo que su ideología les ciegue) sirve para un análisis de una situación, la de la política española, que hace ya mucho que traspasó los límites de lo disparatado para convertirse en kafkiano y surrealista. Que dos presidentes, uno del país entero y otra de una región (la de Madrid en este caso, pero vale también para la de Cataluña y, dependiendo de los momentos, para alguna otra) no puedan sentarse a hablar en la misma mesa de los problemas que afectan a sus gobernados comunes indica hasta qué punto la política española ha entrado en descomposición, amenazando con dejar de ser un ejercicio noble y de necesidad para pasar a ser una actividad sin sentido en manos de irresponsables y oportunistas. Si hasta en las guerras, entre bombardeo y bombardeo, los generales enfrentados se entrevistan, ¿cómo puede ser que algunos políticos españoles en situación de paz no lo hagan?

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Pero es que, además, la situación que estamos viviendo no deja de ser una guerra, si bien que contra un enemigo sin rostro, sin identificación ni armas convencionales, pero que comporta bajas y daños irreversibles en la economía de todos. No se trata de dramatizar, pero que, mientras el enemigo avanza, los generales de nuestro ejército hayan seguido sin hablarse y que sólo lo hagan cuando la situación ya es crítica les sitúa en una irresponsabilidad que hace pensar en su sano juicio, sobre todo en el caso de quien debería pedir ayuda primero. Y esa tiene nombre y apellidos, que no voy a recordar ahora.

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