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Tribuna
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Lo que va en el saludo

El gesto con el codo que ha impuesto la pandemia no va a servir para reemplazar al apretón de manos

Andrés Ortega
La ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Arancha González Laya, saluda con el codo a su homólogo de Ucrania, el ministro de Asuntos Exteriores Dmytró Kuleba en el Palacio de Viana, en Madrid.
La ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Arancha González Laya, saluda con el codo a su homólogo de Ucrania, el ministro de Asuntos Exteriores Dmytró Kuleba en el Palacio de Viana, en Madrid.OSCAR DEL POZO (Europa Press)

A veces nos gustaría saber qué hubiera pensado algún gran intelectual del pasado sobre lo que nos ocurre. Es no solo un esfuerzo inútil, sino que, en este caso, va contra los cimientos mismos de la manera de pensar de José Ortega y Gasset, con su razón vital y razón histórica, y la idea de que “yo, soy yo y mi circunstancia”. Probablemente le hubiera apasionado, para disertar sobre ella, la era digital y de la comunicación, algunos de cuyos elementos llegó a discernir en sus finales.

Ahora, cuando, finalmente, se va a publicar la versión digital de sus Obras completas —lo que permitirá un nuevo tipo de difusión de un autor que a su manera fue un precursor del blog con su El espectador—, puede ser el momento de recuperar algunas de sus reflexiones, como, por ejemplo, sobre algo que ha cambiado profundamente en nuestro país desde el inicio de la pandemia, a saber, el saludo. Su “meditación del saludo”, contenida en el curso El hombre y la gente (1949-1950, tomo X de las Obras completas), podría indicarnos por dónde vamos a ir.

Mi propio vaticinio es que el saludo con el codo que parece imponerse entre nosotros lo ha hecho de forma temporal y limitada, y no va a servir para reemplazar el apretón de manos, que, a su vez, en etimología histórica que tanto apreciaba el pensador, había quedado obsoleto.

Los españoles somos dados a intensos saludos. Hace unos años, los amigos de mi padre me daban una paliza física con cariño a guisa de saludo cada vez que los veía. Ese estilo se ha abandonado a favor del mero saludo de manos que, ahora, la covid-19 nos está obligando a cambiar. Algo para bien de la nueva situación es que las mujeres han podido escapar a los pesados e injustificados besos que se esperaba de ellas en sus saludos.

El apretón de manos favorecía, sin embargo, la convivencia, la vida con el otro, aunque solo se daba entre, de algún modo, gente que tuviera una cierta relación. Ortega y Gasset decía que “ni siquiera lo entiendo. Yo no sé, en efecto, por qué lo primero que tengo que hacer al encontrar otros hombres algo conocidos es precisamente esta extraña operación de sacudirles la mano” y lo veía en “decrepitud”.

Sobre sus orígenes se ha discutido mucho, desde la medición de fuerzas, mostrar las manos sin armas, acto de sumisión, aceptación de unas reglas de conducta, etcétera. El saludo permitía entrever algunos rasgos. Siempre he sospechado, por ejemplo, de las personas que dan la mano flácida. Trump tira con fuerza de la mano de su interlocutor para impresionar y marcar una cierta superioridad, truco que Macron comprendió pronto y frente al cual replicó con la misma medicina.

En su meditación, Ortega y Gasset llegó a considerar que tal uso se abandonaría porque, por ejemplo, se considerara “antihigiénico”. Probablemente acuñaremos otros usos sociales. El codo viene a llenar ese vacío. Saludarse tocándose el codo puede reflejar un acto de simpatía, no de pleitesía. Pero al toparnos los codos, solemos sonreír, como reflejando lo ridículo del acto. Y reducimos la distancia de seguridad. No es, justamente, higiénico.

Hay alternativas. Una es el saludo imperante en Asia Oriental, y especialmente entre los japoneses, de inclinar la cabeza. Es elegante. Tiene mucho de respeto y algo de sumisión. Detrás de él, y de opciones parecidas, hay siglos de historia y de usos sociales, que no se corresponden con nuestra cultura. Y cuando he visto hacerlo entre españoles, he comprendido que no es para nosotros, que no sabemos. Somos muy rudos para eso.

Pero las posibilidades del saludo son muy numerosas. Ortega y Gasset atisbaba que los ingleses siempre son “precursores” —aunque a veces esos horizontes no nos plazcan como está ocurriendo con el Brexit—, y veía en el saludo británico, sin tocarse, el futuro de este uso entre nosotros. How are you?, se pregunta. A lo que se responde, sin interés alguno por esperar una respuesta, How are you? Pero ¿no ocurre lo mismo con nuestro qué tal?

El saludo, decía Ortega, es una “señal de la tribu”. Dentro de un tiempo, más bien antes que después, sobre todo si esto del distanciamiento social —bien dicho, pues no es solo físico sino de relaciones sociales— sigue, quizás nos saludemos desde una app de nuestros móviles, o el artilugio que aumente y sustituya a estos. Y de paso podremos recibir toda la información disponible sobre el individuo al que saludemos. ¿No transmitía el saludo tradicional una cierta información? Incluso podremos enviar, cuando los derechos estén libres, alguna obra o pasaje digitalizado —o leído en audio, paso que falta— de Ortega y Gasset. Por otra parte, habrá que retomar otro tema muy orteguiano que gana aún más importancia con las mascarillas: el de la mirada.

Andrés Ortega es investigador sénior asociado en el Real Instituto Elcano y presidente de la Comunidad de Herederos de José Ortega y Gasset.

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