Purga, venganza, servilismo
Torra destituye a la única fiel a su partido y se venga de Buch, por defender el orden
Esto es un drama shakespeariano, versión zarzuela. Los móviles de Yago (Quim Torra) para recauchutar su Govern son viscerales.
Uno es la purga. De la disidente, la consejera de Empresa Àngels Chacón, una sensata profesora de los jesuitas de ESADE que sabe sumar y restar. La única de la Armata Brancaleone que declinó romper el carnet del PDeCAT y flanquear al profeta de Waterloo, Carles Puigdemont. Ese aviso.
Otro es la venganza en diferido. Cuando el consejero de Interior, Miquel Buch, defendió el orden democrático y reprimió a los alborotadores de los incendios de octubre (aniversario del referéndum fake), Torra ya lo quiso despedir. Lo reclamaban sus hijos, militantes de los Comités de Defensa de la República (CDR), y bastantes leales de la CUP.
Entonces no le dejaron, ahora Carles Puigdemont bendice la expulsión: y el digno Buch queda convenientemente opacado, ayer, por TV3, en la retransmisión de las tomas de posesión, esa técnica de Jossif Vissariónovich. Venganza familiar —cuánto pujolismo— y esterilización de rivales: Buch, que también plantó al PDeCAT en loor de Waterloo, es un rival con raíces. Presidió una nutrida asociación de alcaldes indepes.
Y al cabo, servilismo hacia el fugado: si Puigdemont rompe el partido neoconvergente, Torra le expulsa del Govern, miserable automatismo. Que tanto contrasta con el sonoro, aunque silencioso, apoyo de Artur Mas al PDeCAT.
Pero con un propósito de apariencia heroica. Al aplastar Torra al partido que lo encumbró, también traiciona su promesa del 29 de enero, convocar elecciones tras los presupuestos, porque esta legislatura “no tiene recorrido” y el socio Esquerra carece de “lealtad”. Intenta así perpetuarse no solo para cobrar nóminas. También para confundir a la gente presentando su vulgar desobediencia al romper la neutralidad de los edificios públicos con pancartas sectarias, como un desafío a la justicia extranjera. ¿Quién comparte esa impostura?
El servilismo de Torra al fugitivo de Waterloo, y su propio y desmedido afán odiseico, empequeñece los contradictorios vaivenes de esa Esquerra a la que acusa de desleal. Propagan ahora los republicanos que han rescatado del limbo la reunión de la mesa de diálogo con el Gobierno de España como prenda para negociar el presupuesto. Alberguemos dudas: Sánchez se sentaría con Pere Aragonès, pero ¿con un Torra en cruzada contra el Supremo?
El drama de Esquerra nace también del servilismo. De su complejo de masover —guardés— respecto a los convergentes enfeudados desde siempre en el poder.Por eso frustró el acuerdo presupuestario finiquitando la anterior legislatura española; negó siquiera un voto favorable al estado de alarma o sus prórrogas en la mayor emergencia del país; y reprueba al propio Sánchez —con quien dice que pretende dialogar— en sendos plenos del Parlament y del Ayuntamiento de Barcelona. Se subordina siempre al yugo pujolista, aunque su hereu Puigdemont le acuse en su último libro, 41 veces, de “desleal”: ¡41!
Ojalá Esquerra se despegase de los trastornos de Torra y del ímpetu populista de su mandante. Añadiría otro partido catalán a la gobernabilidad (además del PSC y los comunes); contribuiría a rescatar del caos al Principado, y facilitaría, tras fraguar el presupuesto español, una ordenada elaboración presupuestaria propia de la Generalitat.
Pero eso no es nada evidente. Desde el retorno del nacionalismo al poder en 2011, los 10 sucesivos presupuestos del Govern han registrado enormes retrasos y prórrogas continuadas, como ha contabilizado el nada desafecto Ara (31/8/2020).
Y la teórica aportación de Esquerra a la equidad social exhibe grietas prácticas. Entre 2014 y 2018 (periodo en que los republicanos mantuvieron un pacto de legislatura con los convergentes y se incorporaron al Govern), la Generalitat recortó el gasto social un 8,8%, contra un 2,3% Euskadi (EL PAÍS, 31/8/2020). Todas las demás comunidades lo aumentaron sensiblemente.
Pero claro, entre estas contradicciones y las obsesiones del socio, toda elección cae por su propio peso. Si es que hay que elegir.
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