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LEYENDO DE PIE
Columna
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Requesens

La libertad del joven político ha sido recibida con alegría, tanto en Venezuela como en el exilio, por todo aquel que tenga el corazón en su sitio

Ibsen Martínez
Una imagen de archivo del diputado opositor venezolano Juan Requesens agredido en una protesta, en Caracas.
Una imagen de archivo del diputado opositor venezolano Juan Requesens agredido en una protesta, en Caracas.Federico Parra (AFP)

Juan Requesens, valeroso joven político venezolano y uno de los más caracterizados miembros de una generación de activistas de oposición que se dio a conocer en 2007, ha sido puesto en libertad por la camarilla gobernante luego de permanecer dos años secuestrado en la tenebrosa cárcel del Helicoide.

En Venezuela hay casi 400 presos políticos, según las cuentas del acreditado Foro Penal Venezolano. En julio pasado, esta ONG detallaba que 268 presos son civiles y 126 militares; la represión con que el régimen de Maduro trata cualquier forma de resistencia a sus desmanes hace temer que esas cifras hayan aumentado desde entonces.

Igual que Requesens, la gran mayoría fue detenida arbitrariamente y permanece privada de libertad en condiciones denunciadas por innumerables organizaciones de activistas de Derechos Humanos, dentro y fuera del país. Los informes suscritos por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, no dejan lugar a dudas sobre el carácter criminal de la banda que usurpa los poderes públicos en Venezuela.

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La libertad de Requesens, reclamada infatigablemente por su familia, por la organización política en la que milita y por vastos sectores del activismo democrático, ha sido recibida con alegría, tanto en Venezuela como en el exilio, por todo aquel que tenga el corazón en su sitio.

Característicamente, Requesens no ha recuperado la libertad plena sino que ha sido confinado ahora a su domicilio y aún pesan sobre él toda clase de afrentosas y arbitrarias restricciones cautelares, dictadas por jueces obsecuentes y oscuros. La más tiránica, sin duda, es la prohibición de declarar a la prensa en torno al juicio que aún se le sigue.

Desde el momento de su violenta detención, Requesens fue privado de todos sus derechos. Aún se recuerdan los vejámenes a que fue sometido y de los que, en cadena televisiva, se ufanaba el ministro de Información, el protervo Jorge Rodríguez.

En una de sus “ruedas de prensa”, típicamente unidireccionales y en las que no se admiten preguntas, Rodríguez mostró un vídeo de Requesens que, por sí solo, es probatorio de la vesánica crueldad con que son tratados los cautivos del régimen.

Requesens lucía desorientado y ostensiblemente adolorido por las torturas. No es aventurado pensar que estuviese bajo los efectos de alguna droga. Rodríguez quiso mostrar a un adversario vencido y quebrantado en su moral pero solo logró el inextinguible repudio de los venezolanos. ¿De qué se acusaba a Requesens?

Anunciar la frustración in extremis de un improbable magnicidio para justificar con ello sus redadas ha sido una de las prácticas que Maduro heredó de sus mentor, Hugo Chávez.

La torpe puesta en escena de estas intentonas corrió casi siempre a cargo del inefable Diosdado Cabello, acusador público de la Revolución. Sin importar cuán inverosímiles fuesen las “pruebas” exhibidas, todas las farsas anunciaron olas de detenciones tan arbitrarias como prolongadas. Hace dos años, durante una parada militar, un dron que sobrevolaba la formación de infantes de la Guardia Nacional a la que Nicolás Maduro dirigía una de sus peroratas, hizo estallar una carga explosiva presuntamente destinada a asesinar al líder bolivariano.

En lugar de ello, la explosión desató una desternillante estampida de la tropa que rompió filas y huyó por las calles aledañas. Tragicómico como pudo ser el espectáculo, la desmañada operación, maquinada según afirmó luego el régimen, por militares desafectos, dejó sin embargo heridos a varios conscriptos e incendió la fachada de un edificio cercano. La dictadura no desaprovechó la ocasión para detener a Requesens y acusarlo de ser uno de los autores intelectuales del atentado.

El infame vídeo que menciono más arriba mostraba a un Requesens al borde del colapso. A la tortura se añadió el ultraje de mostrarlo en paños menores manchados de excremento, incriminando con habla estropajosa, enrevesada, inverosímilmente, a Julio Borges, su compañero de formación política, a la sazón ya en el exilio. Requesens fue despojado de su inmunidad parlamentaria y arrojado a un calabozo.

La saña con que fue tratado desde entonces es proporcional al enorme predicamento que Requesens goza entre la población venezolana, en especial entre los jóvenes del Estado Táchira que Requesens representa ante la Asamblea Nacional.

Su excarcelación llega en momentos muy procelosos para la oposición venezolana, enzarzada como está en enconadas diatribas, con sus factores más caracterizados descalificándose ferozmente unos a otros. Dividida entre abstencionistas y partidarios de participar a como dé lugar en las anunciadamente fraudulentas elecciones parlamentarias convocadas por Maduro para diciembre.

El cinismo que prospera en todo tiempo adverso ofrece como explicación del inesperado beneficio de casa por cárcel otorgado a Requesens el que todo sea a cambio de su participación en la farsa electoral. Es una infamia, desde luego, una infamia que el régimen querría ver hecha realidad.

Pero Venezuela entera ha sido testigo de la entereza con que Requesens y su familia han afrontado su prisión. Aun en estos momentos de gran desaliento, los venezolanos premian a Requesens con la confianza plena en su integridad, en su hombría de bien. Y comparte la alegría de saberlo en casa, de nuevo entre los suyos.

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