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Columna
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Distracción real

La corona funciona como un espejismo mágico destinado a salvaguardar el trabajo entre bambalinas de los servidores públicos

Enrique Gil Calvo
El rey emérito en una imagen de archivo.
El rey emérito en una imagen de archivo.JAIME REINA (AFP)

A pesar de la covid, no podía faltar en agosto la clásica serpiente de verano, destinada a distraer al personal de lo realmente importante. Y en esta ocasión ha sido un ofidio king size, tras la tocata y fuga del monarca abdicado. Lo que ha provocado la inevitable cruzada antimonárquica de populistas y republicanos, que han aprovechado el majestuoso escándalo para mesarse sus farisaicos cabellos.

Recordaré una cita que explica la utilidad de las coronas reales. Ernest Gellner observó que las democracias más eficientes no son repúblicas sino monarquías parlamentarias. Y lo atribuyó a que la atención mediática prestada a las familias reales permite distraer al personal de a pie, dejando la política para los expertos y los profesionales de los partidos. Así, la corona funciona como un espejismo mágico destinado a salvaguardar el trabajo entre bambalinas de los servidores públicos. Pues bien, de aceptarse esa hipótesis, funciona en los dos sentidos, pues si la monarquía sirve para encubrir los arcanos de la política, también lo hace el republicanismo. Quiero decir que cuando populistas y separatistas están pidiendo a voces la cabeza del exmonarca y sus herederos, lo hacen para encubrir sus propias vergüenzas políticas, sean electorales o judiciales.

¿Y qué asuntos se desatienden, distraídos por tan mayestático entretenimiento estival? A mi juicio hay dos cuestiones a las que no se presta la debida atención prioritaria. La primera es la recaída en la gravedad de la covid. Se dice que el humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y eso es lo que le ha pasado al homo hispanicus: que está volviendo a caer en un contagio comunitario que crece a ritmo exponencial. La primera vez, en marzo, fuimos con Italia los peores de Europa, y el pretexto fue el desconocimiento. Pero esta segunda vez, cuando hasta Italia ha aprendido la lección evitando su recaída, volvemos a ser los peores de Europa. ¿Qué está fallando? Casi todo. Ya hacemos más PCR, pero seguimos sin saber registrar datos (base de la necesaria inteligencia logística), sin reforzar la infradotada atención primaria, sin suficientes equipos de rastreo y sin la imprescindible coordinación. Todo a causa de la confrontación política, pues nuestros responsables prefieren sabotear al rival antes que cooperar con él resolviendo en común la emergencia colectiva.

Y luego está la crisis económica causada por la covid, pues la nuestra también es la peor de Europa. Como nos creemos incapaces de resolverla solos, lo fiamos todo al maná del fondo europeo de reconstrucción. Y para eso habrá que negociar acuerdos presupuestarios con la oposición y las comunidades autónomas, a fin de presentar proyectos que pasen el examen europeo. Pero si no somos capaces de negociar la reinversión del superávit municipal, ¿cómo vamos a acordar un proyecto común para el rescate europeo? Tan reacios somos al consenso que quizá no lo logremos antes de que acabe el plazo, perdiendo fondos europeos como ya ha pasado antes. Así que lo peor aún está por llegar.


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