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Tribuna
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El ‘plan verde’ de Bélgica se queda corto

El país pretende reducir sus emisiones de CO2 en un 35% de aquí a 2030, pero está por ver cómo lo hará

Dos operarios colocan un panel solar.
Dos operarios colocan un panel solar.

Como la mayoría de los países europeos, Bélgica va a experimentar un fuerte descenso de las emisiones de gas de efecto invernadero tras la crisis económica causado por la covid-19. De acuerdo con la Oficina de Planificación, un organismo público independiente que lleva a cabo estudios y prospectivas, las emisiones bajarán el 13% entre 2019 y 2020. Pero la tregua será breve: lo normal es que enseguida vuelvan a aumentar. Hasta el punto de que, según los expertos de la Oficina, la bajada total entre 2019 y 2025 se quedará, probablemente, a la hora de la verdad, en el 5%.

Si esta tendencia se confirma, Bélgica no logrará alcanzar su objetivo declarado de reducir el 35% respecto a 2005 en el sector no industrial (las emisiones no ETS, en la jerga especializada). Pero las previsiones del plan tienen de particular que se hacen sobre la base de “políticas sin cambios”. Los expertos solo incorporan a sus cálculos las decisiones ya tomadas y en vías de aplicación. Solo hacen una excepción con el proceso de abandono de la energía nuclear, que comenzará en octubre de 2023 y culminará en 2025.

Sin embargo, en teoría, Bélgica tiene toda la intención de respetar la decisión europea de “reparto del esfuerzo” que le asigna su objetivo de reducción para 2030. A finales de 2019 presentó un “plan nacional sobre la energía y el clima” que detallaba las diferentes medidas que corresponden al Gobierno federal y, sobre todo, a las tres regiones del país que tienen competencias en medio ambiente, agricultura, parte de la movilidad y la energía.

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No es un plan sencillo: cada objetivo europeo debe dividirse en “subobjetivos” que se distribuyen entre las regiones y el Gobierno federal, lo mismo para la reducción de emisiones que en relación con las renovables y la eficiencia energética. Las entidades belgas deben incluso repartirse los ingresos de las subastas de derechos de emisión de CO2 previstas en el sistema europeo ETS. Un auténtico rompecabezas que requiere gran habilidad negociadora. Después de largas conversaciones entre los cuatro niveles de poder, el pequeño reino ha presentado un plan cuyo punto de partida está muy claro: Bélgica respetará sus compromisos. A continuación hay nada menos que 629 páginas de medidas cuyo resultado final —oh, milagro— es una reducción del 35% de las emisiones para 2030.

Qué más da que varios expertos independientes piensen que muchas de esas medidas son confusas, que algunas parecen más intenciones que verdaderas medidas políticas y que es difícil ver cómo se alcanzarán los objetivos cuando las políticas seguidas hasta ahora no han logrado gran cosa. Qué más da que, en un primer dictamen, la Comisión haya indicado ya a Bélgica que sus objetivos en materia de energías renovables son insuficientes y que debe concretar mejor las medidas propuestas. Los belgas no dejan de repetir que lo conseguirán. Sin embargo, los últimos cálculos demuestran que ni el propio contenido del plan permitirá reducir ese 35%. Aunque la región de Bruselas y la región valona han anunciado que van a incrementar sus respectivas metas (un descenso del 40% en Bruselas, frente al 32% previsto, y del 55% en Valonia, en lugar del 37% previsto inicialmente), la contribución flamenca es una reducción de apenas el 32,6%, en lugar del 35% previsto en el reparto interno del país. Flandes promete nuevas medidas y se remite a los mecanismos de flexibilidad (la compra de derechos de CO2 en otros países europeos).

En definitiva, a pesar de las declaraciones, todavía hay muchos elementos confusos en el plan belga. Pero merece la pena ponerlo en práctica. Servirá para demostrar que, sin un golpe de timón serio, Bélgica no podrá respetar sus compromisos. ¿Lo conseguirá? Tendrá que saber distinguir entre la teoría y la realidad. Y es posible que haya que modificar el plan en sentido más ambicioso si la Unión Europea revisa al alza sus propios objetivos climáticos antes de la COP26 que se celebrará en Glasgow en noviembre de 2021.

Por otra parte, todo el mundo sabe que 2030 no es más que una etapa. El plan para la energía y el clima, materializado, permitiría a Bélgica reducir sus emisiones en 0,9 millones de toneladas anuales equivalentes de CO2, contando todos los sectores, hasta 2030. Al menos, es lo que afirman el Gobierno federal y las tres regiones que han elaborado el plan.

Ahora bien, para alcanzar la descarbonización en 2050, Bélgica tendría que reducir sus residuos de 3,7 a 5,1 toneladas anuales a partir de 2030. Es decir, multiplicar el ritmo de disminución por cuatro e incluso por seis. Ante esta ecuación implacable, la bolsa de aire del coronavirus tiene poco peso. No podemos esperar ninguna ayuda por ese lado.

Michel De Muelenaere es periodista de Le Soir.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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